Cuando ves a un pibe enfrentar al patrullero en retirada

Crecí en una época donde la nenas no encontrábamos donde jugar a la pelota, pensar un equipo mixto era imposible y, solo, nos quedaba agarrarnos fuerte del alambrado y alentar a nuestros hermanos, primos o vecinos. De alguna manera, ser parte de un club de barrio era, y sigue siendo, mucho más que tener una camiseta con sus colores.

Hay cierta mística en “ir al club”. Cuando sos pibe, es encontrarte con tus amigos, hacer lo que te gusta, despreocuparte y, hasta – quizás- dar tu primer beso (sí, es autorreferencial, y qué?). Entonces, que tus viejos estén preocupados porque no saben cuántos días más vas a tener una cancha donde patear, que tus técnicos se noten inquietos ante la incertidumbre de cómo seguir, que tus vecinos hablen sobre lo que vos no llegas a concebir del todo pero te jode, es una cagada.

Y sí, cuando ves a un pibe enfrentar al patrullero en retirada, a mí, se me hace un nudo en la garganta. Porque los pibes entienden todo lo que está bien. La tienen re clara con mil cosas que a los adultos, ahora, nos cuesta. Mas no comprenden como la burocracia puede ser capaz de tambalear su mudo. Pues, ellos no saben de vericuetos legales, rupturas de actos jurídicos, orden judicial que meten miedo.

Un cacho de tierra es el universo de un pibe si allí está su red de contención, porque es algo que se construye en sociedad. De nada sirven las megaconstrucciones si quienes deberían usarla no se apropian de ellas. Ni un millón de titulados universitarios podrán imponer pertenencia. Los barrios se construyen con la sabiduría del pueblo. Los intelectuales deben estar al servicio de los vecinos.

Lo que nos pertenece, no se nos puede arrancar. Lo nuestro se construye y reconstruye en comunión, y así, perdura en el tiempo.

Lic. Angela Beatriz Juárez

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