La víctima más pequeña de la tragedia era varelense: Luisana Aylén Ledezma, una beba de 10 meses. Junto a ella murieron otros vecinos y vecinas de Florencio Varela, ordenados por edad: Nicolás Flores (4), Leandro Nahum Bordón (8), Solange Milagros Bordón (10), Matías Nicolás Calderón (14), Liliana Noemí Escalante (20), Carolina Valeria Ragonese y Comán (20), Griselda Noemí Ramírez (21), Jorge Gustavo Mansilla (22), Romina Yamila Flores (23), Walter Eduardo Zacarías (23), Rosa Beatriz Sandoval (38), Evaristo Ignacio Mendieta (39) y Roberto Daniel Calderón (41). En total, 14 personas residentes del distrito fallecieron en el incendio del boliche República Cromañón, ocurrido el 30 de diciembre de 2004 en la Ciudad de Buenos Aires.
La noche del 30 de diciembre de 2004, Florencio Varela también quedó atrapada en el humo. A más de veinte kilómetros del barrio porteño de Once, una decena de familias del distrito perdió hijas, hijos, madres, padres y hermanos en el incendio del local República Cromañón, ocurrido durante la tercera fecha consecutiva de la banda Callejeros en el local. La tragedia dejó 194 personas fallecidas, según los listados oficiales consolidados por la Justicia y por organismos del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Entre las víctimas varelenses hubo una que, con el paso del tiempo, se transformó en un símbolo extremo del daño causado: Luisana Aylén Ledezma, una beba de apenas diez meses, la más joven entre todas las personas que murieron aquella noche. Su edad no la vuelve un caso aislado, sino una expresión límite de una tragedia que atravesó generaciones enteras.
Luisana falleció por intoxicación tras la inhalación de humo y gases tóxicos. Esa misma noche murió también su madre, Griselda Noemí Ramírez, de 21 años. El padre, Juan Domingo Ledezma, sobrevivió. Tenía 19 años y trabajaba en el boliche. En los meses posteriores, su historia se volvió conocida porque debió aprender a leer y a escribir para poder despedirse de su hija con una carta. El recorrido de ese joven padre expuso no solo el dolor de la pérdida, sino también las desigualdades estructurales que atravesaban a muchos de los sobrevivientes y familiares de las víctimas.
La nómina de fallecidos de Florencio Varela muestra con crudeza la amplitud del impacto. Murieron cuatro niños y niñas —Luisana Aylén Ledezma (10 meses), Nicolás Flores (4), Leandro Nahum Bordón (8) y Solange Milagros Bordón (10)— y un adolescente, Matías Nicolás Calderón, de 14 años. También jóvenes de entre 20 y 23 años —Liliana Noemí Escalante, Carolina Valeria Ragonese y Comán, Griselda Noemí Ramírez, Jorge Gustavo Mansilla, Romina Yamila Flores y Walter Eduardo Zacarías— y personas adultas como Rosa Beatriz Sandoval (38), Evaristo Ignacio Mendieta (39) y Roberto Daniel Calderón (41).
Las causas de muerte consignadas en certificados de defunción y reconstruidas a partir de informes médicos y judiciales se agrupan en asfixia, intoxicación por inhalación de gases tóxicos y, en un caso, neumopatía aguda post-inhalación. Estas denominaciones responden a criterios médicos forenses y describen mecanismos fisiológicos producidos por un incendio en un espacio cerrado: falta crítica de oxígeno, intoxicación química y daño pulmonar severo. En la mayoría de los casos, la pérdida de la conciencia se produjo en pocos minutos.
El impacto en Florencio Varela fue profundo y extendido. No se concentró en un solo barrio ni en un único grupo social. Las víctimas provenían de distintos puntos del distrito y tenían trayectorias diversas: vecinos que habían ido a disfrutar de la música, acompañar o trabajar. En muchos casos, las familias debieron trasladarse a la Morgue Judicial de la Ciudad de Buenos Aires en medio de un contexto de colapso institucional, desinformación y dolor, una situación que quedó registrada en la causa judicial.
A más de veinte años de la tragedia, recuperar los nombres y las edades de los vecinos varelenses fallecidos no es un ejercicio meramente conmemorativo. Es una forma de inscribir al distrito en la memoria colectiva de Cromañón y de recordar que el desastre no fue solo porteño: sus consecuencias atravesaron al conurbano bonaerense de manera directa.
Desde una perspectiva de derechos humanos, Cromañón puso en evidencia la vulneración del derecho a la vida y a la seguridad, así como desigualdades sociales preexistentes que agravaron el daño. La historia de las víctimas de Florencio Varela —y de quienes sobrevivieron— recuerda que detrás de cada número hubo vidas concretas, familias atravesadas por la pérdida y una comunidad que aún hoy carga con esa ausencia.
Nombrarlas con rigor, sin exageraciones ni omisiones, es una responsabilidad ética del periodismo y un acto mínimo de memoria pública.














