El pasado 23 de noviembre, Claudia Georgina Núñez —referenta en la lucha contra la violencia de género y fuente habitual de «El Vespertino»— advirtió en una entrevista, en nuestro medio, que la violencia machista funciona como un sistema de dominación que se sostiene en múltiples capas, donde la violencia vicaria es una de sus herramientas más crueles. Semanas después, ese mismo entramado se hizo trágicamente visible en el crimen de su hijo Cristian, una muerte anunciada por un contexto que ella misma había señalado.
La violencia vicaria es aquella que tiene como objetivo dañar a la mujer a través de sus seres queridos. Esla instrumentalización de una tercera persona para dañar a la mujer. El agresor no mata a la víctima porque tenga un problema personal con ella, sino para destruir psicológicamente a su expareja…
El niño miraba, sin entender del todo, cómo un adulto repetía una frase que no debía sonar como chiste pero que todos parecían forzados a aceptar. “Le voy a cortar la panza”, le habría dicho, mientras afilaba un cuchillo casero a la vista de su hijo de cinco años. Un anticipo que nadie atendió. Un presagio que terminó cumpliéndose el lunes, en una casa del barrio Bosques, en Florencio Varela.
Ese día, Cristian Eleazar Gómez Núñez —32 años, trabajador, con un proyecto familiar que cabía en una casa pequeña pero imaginada con enorme esperanza— cruzó la puerta de la vivienda de N.S.C., expareja de la mujer con la que él planeaba mudarse. Había ido a “dar la cara” porque así se lo exigían. Nunca salió con vida.
Pero esta historia no empieza con una puñalada. Comienza semanas antes, en las palabras de una mujer que ya sabía cómo opera la violencia machista y cómo duele perder derechos.
La advertencia ignorada de una madre experta
En noviembre, Claudia Georgina Núñez —madre de Cristian, y también madre de una adolescente sobreviviente de un intento de femicidio en 2017— dio una entrevista al diario Vespertino. No fue una consulta casual: Georgina era, desde hace años, una fuente especializada para ese medio, una voz a la que recurrían cada vez que la violencia de género sacudía el Conurbano. Su militancia en el área y el trabajo comunitario la habían convertido en una referente ineludible.
En esa nota, dijo una frase que hoy resuena como advertencia desoída:
“La falta de seguridad se explica por la ausencia de políticas públicas efectivas y un retroceso en materia de derechos.”
No hablaba en abstracto. Hablaba desde la experiencia de haber sostenido a su hija después de que intentaran matarla. Hablaba desde el territorio, donde las violencias no son estadísticas: son vecinas, son cuerpos, son vidas interrumpidas.
Hostigamiento sistemático, celos y violencia vicaria
Según relató después Georgina, el conflicto se intensificó cuando N.S.C. supo que su expareja pensaba mudarse con Cristian y sus hijos. El hostigamiento empezó a escalar: mensajes, llamadas, insultos. No eran discusiones ocasionales. Era un hostigamiento sistemático, una estrategia clásica en situaciones de violencia machista: controlar, intimidar, quebrar.
En ese marco, apareció una acusación que funcionó como pantalla: afirmó que Cristian había golpeado al niño de cinco años. No había denuncia. No había lesiones. No había parte médico. Solo un reclamo agresivo que no buscaba proteger al niño sino forzar un encuentro.
Ese elemento operaba dentro de otra lógica conocida: la violencia vicaria, la que busca dañar a una mujer a través de sus seres queridos, especialmente sus hijos. Una forma cruel de extender la violencia más allá de la pareja y de usar la infancia como instrumento de castigo.
Georgina relató que, en días previos, N.S.C. afilaba cuchillos frente al niño y hablaba de cortar a Cristian, como si la amenaza fuera un juego permitido. Era, en realidad, el anuncio de un crimen.

El lunes del crimen: dos puñaladas y un niño como testigo
El lunes, Cristian decidió ir acompañado por su hermana. Llegaron en un auto de aplicación. Dentro de la casa estaba el niño. Afuera, el barrio seguía como cualquier tarde de Varela: autos, perros, rutinas repetidas que no registran rupturas hasta que ya es demasiado tarde.
La discusión fue inmediata. En segundos, N.S.C. tomó un machete casero, cortado y afilado por él mismo. Dos puñaladas al pecho. Una directa al corazón. Cristian cayó ahí mismo, sin posibilidad de defensa.
La hermana vio todo. El niño también.
Cuando llegó la policía, el agresor no huyó. Repetía una frase destinada a justificar lo injustificable: que nadie golpeaba a su hijo. Pero el examen médico encargado por el fiscal Federico Pagliuca habría sido categórico: el niño no tenía lesiones. La coartada se evaporó en el primer informe clínico.
El fiscal imputó a N.S.C. por homicidio simple y solicitó la detención formal. El análisis de los teléfonos podría determinar premeditación y convertir el hecho en homicidio agravado.
Un crimen que desnuda estructuras
Lo ocurrido no es un “arrebato”. Tampoco es “una pelea entre hombres”. Es un manual de violencia machista aplicado paso a paso: control, celos, hostigamiento, manipulación del rol paterno, uso de los hijos como herramienta de castigo, amenazas explícitas, un arma preparada y, finalmente, la ejecución de la violencia anunciada.
En territorios atravesados por desigualdades estructurales —clase, género, acceso desigual a la Justicia, falta de redes estatales— estos patrones no sorprenden. Pero sí deberían indignar.
Porque todo estaba dicho. Todo estaba señalado. Todo había sido advertido.
Semanas antes del crimen, una mujer que conoce el dolor de cerca había dicho lo que nadie quiso escuchar.
VIOLENCIA Y ESTADO SORDO
El asesinato de Cristian Gómez Núñez deja una pregunta que el Estado, la Justicia y la sociedad no pueden seguir esquivando:
¿cuántos avisos, cuántas señales, cuántas voces expertas deben ignorarse antes de evitar una muerte?
La violencia vicaria, la violencia machista y el retroceso de políticas públicas no son conceptos abstractos. Son realidades que se cobran vidas.
Cristian tenía un plan simple: una casa, una pareja, dos niños. Un futuro.
Y una madre que, semanas antes, había dicho con dolor y con certeza:
“Estamos retrocediendo en derechos.”
Ojalá esta vez, por fin, alguien la escuche.
