Compartimos el primer capítulo del libro Nadie te enseña a ser PUTO, de Lucas Fauno. Un extracto de una biografía necesaria.
En este, su primer libro, Lucas Fauno se pregunta qué significa ser puto. ¿Qué pasa cuando lo “puto” trasciende esas primeras lecturas que solo alcanzan la orientación sexual? ¿Qué hay de sociopolítico en enunciarse así?
Compartimos un capítulo de su obra lanzada por Editorial Astronauta Ruso. En la misma, con una verborragia que se traduce al texto comparte miradas y anécdotas que lo llevan a conclusiones sin mandato.
Nadie te enseña a ser P U TO
Al puto niño y adolescente que nunca pude ser.
A todas las existencias raritas que no pudieron florecer.
A todas las vidas mostras y mariconas que merecen brillar.
1-Sobrevivir al terror ajeno
Si en este momento bajara un extraterrestre de una nave espacial y nos preguntara qué es un puto, quizá lo primero que haríamos sería el gesto de llevarnos un pene imaginario a la boca o el culo. Todo gira en torno a la carne que nos cuelga entre las piernas. Se pretende que lo que hagas o dejes de hacer con ese cacho venoso delimite tu rol en la sociedad. Acaso como si el uso de la verga —propia y ajena— fuera el único accesorio identitario capaz de definirnos. Sin embargo, ya es tiempo de quebrar cráneos y hacer brotar mejores respuestas.
Putos masculinos, trolos con la vulva al palo, lesbianos de pitos flácidos gozando el espadeo de ortos, maricas fan de la pija, piticortos viriles, trozudos inútiles: todos reunidos bajo el paraguas contestatario de la misma palabra. Cada manera de serlo es una nota de esta canción híper pop que se baila sobre la cara de iglesias, poderes, mesas de navidad y antiguos escritos sociales.
Ser trolo es contaminar el ecosistema tan rígido de la hombría. Como puto no soy sinónimo de “hombre”. No soy ni nunca fui eso que se piensa al decir “hombre”. Soy un traidor, alguien que rechazó el privilegio de la masculinidad heterosexual teñido de dureza, desinterés y comparaciones desafiantes. El día que el amor familiar me podó uno a uno mis talentos maricones para dejar un campo agreste con cara de hombre, juré venganza. Todo el abono de mierda y prejuicios que me plantaron, hoy sirve para ser espinas. Me convencieron de que era frágil y débil porque saben que el puto que no matan va a cambiar el mundo.
Mi privilegio es no ser hombre. Si paso delante de un grupo de tipos heterosexuales corro el riesgo de ser insultado o hasta agredido. Saben que soy “lo otro”, la amenaza. ¿Por qué querría ser cómo “ellos”? ¿Mimetizarme para evitar que ese mismo “ellos” me mate? Eso no es elección ni naturaleza, es extorsión y amenaza. Me niego a nacer y saber cómo va ser mi vida. Prefiero ser el peligro que atente contra su monotonía. La vida “torcida” es la que deja entrar otros colores y narrativas. En contextos donde los verbos “ser”, “parecer”, “besar”, “amar” y “existir” son sentencia de muerte, esa misma fuerza desviada es la que ayuda a torcer los significados de estas palabras hasta convertirlos en orgullo.
Una vez me dijeron que era un faro, les respondí que no, que me estoy prendiendo fuego, que me quemo y agonizo en urgencia con brillo y fulgor para que quien lea este mensaje sepa que somos muchas y nos necesitamos. Cada trolo brilla a su manera, con su biografía y sus amputaciones, existimos “a pesar de”.

Nos quisieron obligar a vivir con una función meramente decorativa, utilitaria para un momento de diversión, una narrativa bufonesca, no sea cosa que nuestra implosión los alcance y los obligue a repensarse. Pero no sabían que esos lugares que ellos humillan son nuestra tierra más fértil. Deben criticar nuestra gloria porque temen admitir lo mucho que admiran nuestra libertad. Una loca bailando transpirando talento en medio de una pista/escenario/ oficina/familia es una bola de espejos que va a reflejar lo que seas. ¿Te animás a mirarte en esos cuadraditos mínimos? Seguro te morís de ganas de matarme, porque vivo la furia de trolo que arde en vos, pero también porque soy demasiada realidad para bancártela. No hay justicia en el hecho de que para que tu mediocridad desaparezca tenga que hacerlo mi vida también. No hay justicia social si nuestro cuerpo y biografía tienen que pagar la deuda que cada uno tiene con su propia decepción. A veces ser puto es sobrevivir al terror ajeno. No vamos a expiar las culpas y cobardías de una sociedad que piensa que, muerto el espejo, sanado el reflejo.
¿Quién me va a asesinar hoy? ¿Mamá sacándome los juguetes rosas que no me corresponden? ¿La maestra diciéndome que “no es de hombres” jugar con las nenas? ¿La clase de gimnasia castigando mi putez en la cancha de fútbol? ¿Cuántas muertes puede soportar el frágil cuerpo de un trolito recién estrenando una vida? ¿Por qué? ¿Cuál es la acusación? ¿Cómo puede ser que un putito maravilloso con unas zapatillas de colores en una cancha de fútbol represente una bomba molotov a la fragilidad social? ¿Cuánto puede resistir estas cosas un trolito en crecimiento?
Ser maricón es ser un alquimista que con el culo de carbón empolla diamantes. Algunos lo demuestran en artes visuales, otros en la moda. Muchos serán parte de la creación de planificaciones que mutarán a empresas funcionando como un perfecto reloj. Porque maternamos estructuras que le agraden al sistema; todo lo que existe seguro lo invento un trolo y lo copió de manera mediocre algún burócrata de la normalidad. Aplauso para las maricas que hacen de su propio cuerpo un elemento hipnótico sea para la danza o el trabajo sexual. Abrazo y espacio de sanación para las otras que deben enclosetar la pluma para mejorar sociedades. Sea como sea, en cualquier disciplina, con lo dado, una marica lo transmuta todo. Pero la humanidad enjaula lo que admira. La extravagancia del trolo en una calle dictatorial, o la pacatería de la heteroDemocracia que a “los raritos” no protege siempre será motivo de palo y encierro. Ahora si esa excentricidad es para ser aplaudida por mercados o saciar el morbo de algún poder, entonces será recompensada. Si mi carne maricona es el plato principal de algún facho seré el lomo más delicioso bañado en salsa de leche cortada por tanto odio, y solo se me permitirá vivir si no exijo nada a cambio, ni dinero, ni libertad.
¿Por qué el destino del mariquita debe residir en manos de “los normales” y de los jueces de la moral? Ser puto es que todo el tiempo quieran quitarte la autonomía, el reconocimiento como algo propio, los talentos y placeres que te brotan extirpados como peaje de vida.
Ser puto es que desarrolles ojos grandes, inmensos, atención constante, una mirada que atraviesa paredes y kilómetros, para ver en qué momento existir va ser un peligro y ubicar los espacios en los cuales poder brillar. Nunca debemos olvidar que, aunque a veces volemos más libres y con mayor oxígeno, eso no significa que la jaula no esté.
Ser puto es que te quieran cortar la felicidad y la identidad para asemejarte a los sujetos funcionales. Incluso, en ocasiones, parecerte a esos putos domesticados y serviles al opresor. Pero, ¿quiénes son todos esos “otros”? Se nos parió mariquitas en un apocalipsis democrático y se nos obligó a matar y sobrevivir. A veces, incluso, asesinar nuestras ganas de ser y hacer para dejar solo un cuerpo que siga pareciendo estar vivo. Ese “los demás”, esa amenaza, suele ser la punta del iceberg. El odio nunca es un hecho aislado, es la pieza de dominó con forma de guillotina que termina una cadena de violencias, escalafones, aliados tibios, mentiras e injusticias.
Volvamos al principio. ¿Ser puto es donde metemos y nos meten los penes? No. Es mucho más. Un puto es una sublevación y el “ellos” que nos elimina no es ni hetero, ni homo, ni hombre, ni mujer, y a la vez es todo, porque al final del día sus cuerpos, sus caras, sus ideas no son más que un discurso implantado, estratégico y rancio que pretende cercenar cualquier indicio de libertad. No matan putos, matan libertades en cuerpos maricones. El verdugo debería agradecer que nazcamos tantos trolos, porque el día en que se les terminen los amanerados que eliminar, irán por los ejecutores que ya de nada le van a servir.
Nunca será fácil ser trolo. Es una tarea de toda la vida, de todas las vidas. Es tentador asimilarse a un “ellos” y simular una normalidad, pero dudo que eso sea vida. Lo saben quienes van desprendiéndose de sus cáscaras podridas y empiezan a meter tímidamente el dedo del pie de las frescas aguas del “aputosarse” y vivenciar esto que nos impulsa. Puto es una ética, una pulsión de vida, una respuesta a la monotonía del fascismo monocorde.
Entonces ahora son tus ojitos trolos los que, cual órgano sexual, se erectan para leer a toda velocidad los párrafos que te identifiquen. Tus dedos se dilatan para alcanzar y succionar cada página, cada idea, y todo esto sucede en un organismo que empieza a comprender la autarquía de cada región independiente que en su conjunto a veces llamamos cuerpo. ¿Cómo voy a negarte yo el hecho de ser puto? No necesito saber dónde se encajan tus genitales o qué sentimiento impulsa tus amorosos terrores. Soy otro nadie más en tu vida, solo que yo prefiero no decirte quién o qué sos. Prefiero sentarme cerca hasta que me puedas contar qué palabra te enrostra.
Ser maricón es una tarea ardua para quien logre abrirse el esternón y revelarla al universo. ¿Tenés en claro la responsabilidad de ser una marica en comunidad? La honestidad, el respeto, la construcción colectiva, la rabia por justicia, la amistad como familia, la fiesta como compromiso, la contradicción como consejera. ¿En dónde anidan estas palabras para vos?
Por lo tanto, es imposible definir qué es ser un puto, porque su mera existencia borra los límites de las convenciones. Se trata de ir desbloqueando nuevos mapas al andar, responder todo con más preguntas, crear alianzas no solo en contra del odio, sino en pos de un amor creado por cicatrices y luchas.
Una mariquita se escapa del sistema binario que solo ofrece dos opciones para plasmar mil más, para invitar a sus jueces a ser tan felices que no necesiten más matar. ¿Y los pitos? Bienvenidos, habrá que celebrarlos como merecen y como a tantas otras partes del cuerpo por erotizar. Nadie los va a cortar o convertir en obeliscos de adoración. Porque ser puto es mucho más, es resistir en un mundo que no parece querer que se sigan pariendo preguntas. Que nazca, que emerja, que viva un puto es lo mejor que le puede pasar a esta realidad.

Lucas ‘Fauno’ Gutiérrez es periodista, activista en derechos humanos y escritor. Sus textos se publicaron en Página/12, Washington Post, BuzzFeed y actualmente es editor de audiencias en Agencia Presentes. Brindó dos charlas Tedx y en 2024 recibió el premio Voces Que Transforman de Amnistía Internacional por su labor como comunicador. Es de Capricornio.
:::Agencia Presentes / FOTO: Jonatán Olmedo:::
