El jubilado de 76 años que fue dueño del primer boliche gay de Lanús se planta cada miércoles frente al Congreso. Vende alfajores para sobrevivir y lucha contra la misma casta que su propio padre puteaba y hoy vuelve a gobernar.
“Si mi viejo llegara a resucitar ahora y viera lo que le está pasando a su hijo de 76 años en el Congreso, estaría puteando a la misma persona que él puteaba hace 25 años, cuando la sufrió como ministra de Trabajo durante el gobierno de De la Rúa. Murió renegando de Patricia Bullrich, y Milei habla de la casta, ¿acaso hay más casta que Bullrich?”.
Luis llega a la estación Lanús con una camisa naranja y pantalones chupines celestes, lleva en sus manos un cartel que decía: “Feinmann un porrito saca el resentimiento”. La creatividad en las frases cambia cada miércoles consecutivo de lucha.
Con la jubilación mínima es difícil sobrevivir para Luis. No paga alquiler, sin embargo, gran parte de ese ingreso se le va en el pago de impuestos. Además, tiene un descuento de un crédito que sacó hace años atrás para arreglar su casa.
“La semana pasada cobré 360 mil pesos limpios”, dice. Pagó la luz, el gas y el agua y se quedó con 210 mil para el resto del mes. Lo dice sonriéndose, tal vez para quitarle dramatismo. Incluso hace un promedio de la miseria que cobra: con su jubilación sólo puede gastar siete mil pesos por día.
Por eso, para no ser indigente, se la rebusca vendiendo alfajores en la puerta del Hospital Evita en Lanús –la ciudad que lo vio nacer–, con una mesita y el mate como compañía. “Hoy trabajé a la mañana y vendí algo. Los vendo de a tres o a veces de a dos, por lo menos con eso saco unos mangos”, cuenta.
Del flamenco a la protesta
A Luis es difícil verlo serio, siempre lleva una sonrisa y sorprende con algún chiste; le gusta hacer reír. Tira frases cómicas y le gusta destacar la belleza de las personas.
Hizo la escuela primaria y a los 14 años tuvo que salir a trabajar. Empezó en una tornería de madera donde hacían juguetes, después fue cadete en una agencia de publicidad, hasta que un día logró su sueño: abrir una tanguería. Fue un éxito, hasta que tuvo una nueva idea: el primer boliche gay de Lanús, abierto en 1974, al que concurrían muchas personas, incluidas celebridades de la época.
También tuvo un bar-restaurante frente al Hospital Evita que supo ser un lugar de encuentro y baile. Amante del flamenco, Luis recuerda: “Cuando tenía el bar frente al hospital, había una doctora que venía los jueves que estaba de guardia, corríamos la mesa a las once de la mañana, yo le ponía flamenco y bailaba. Todo el mundo aplaudía, la gente pasaba por afuera y se quedaba mirando, no entendían nada, era muy lindo eso que se generaba.”
Este año Luis vivió lo que define como el mejor festejo de cumpleaños que le hicieron en su vida. Fue el famoso 1 de febrero, cuando se realizó la marcha antifascista y antiracista contra los dicho homofóbicos del presidente en Davos. “Marché con la gente del Hospital Bonaparte, íbamos por la Avenida de Mayo. Hacía mucho calor, iba marchando con los gays, fue hermoso eso. Me emocioné. Me hicieron ir unos pasos adelante y me cantaron el feliz cumpleaños. Fue muy lindo. Inolvidable”.

Criado en una familia andaluza y argentina, Luis celebra ese cruce de culturas en su vida. Creció escuchando al Polaco Goyeneche, Lola Flores y Paco de Lucía. De grande, iba al teatro a ver a las estrellas del flamenco. Iba solo porque “es raro que a una persona le guste el flamenco”, cuenta y también dice: “me gusta ir solo porque es más fácil para hacerte amigo de la gente”. Algunas veces esperaba a los artistas a la salida del show, no por fanatismo, sino para expresarles su admiración: “Tuve la suerte de hablar con Antonio Gades, socialista a muerte, era de izquierda. También con Ángel Pericet. Hasta con Carmen Flores”.
Recuerda: “Una vez fui a ver a Carmen Flores. Me habían regalado la entrada para mi cumpleaños. Y la esperé en la puerta. Quedé tan encantado con ella que cuando salimos me acerqué y le dije: ‘Me hubiera gustado conocer a su madre para preguntarle: ¿Cómo es que hizo solamente con dos flores el mejor jardín del mundo?’”, refiriéndose a ella y su hermana Lola, ambas cantantes. “A Carmen le encantó lo que le dije y me abrazó”.
Una vida de rebusques
El colectivo 37 que Luis tomó para llegar al Congreso estaba poco concurrido y se pudo sentar. “Ojalá lo vea hoy al padre Paco, hice un cartel para él”, dice. El jubilado que hoy se planta todos los miércoles supo tener una confitería bailable que se llamaba Brujería, después llegó Chelobecos, el boliche gay sobre la famosa Avenida Pavón (hoy Hipólito Yrigoyen). Con la llegada de la dictadura tuvo que cerrar. Recuerda a un actor y un estilista muy famosos que eran vitalicios del boliche de Luis. “Los nombres te los digo cuando apagues el grabador”, dice por lo bajo.
El cierre obligado del boliche lo dejó sin trabajo. “¿Viste que hay gente mayor que habla sin haber vivido? Tienen años pero no vivieron. Entonces te dicen que con la época de los militares se podía salir y había de todo, pero en realidad, cuando llegaron los militares, la gente ya no salía tanto porque tenía miedo. Me acuerdo que los soldados recorrían con camiones las calles para pedir documentos a la gente y hacían razias. No se podía hacer vida normal. Hasta había tangos que estaban prohibidos, solo podías ver a Carlitos Balá o a Palito Ortega”.

Sobre las noches en Chelobecos recuerda: “Iba mucha gente, era hermoso. Un ambiente de primera. Tanto para mujeres como para hombres. Después, muchos se iban para la estación para ver si había algún rebusque. Me acuerdo que Cristina, una chica muy linda que estaba en pareja con otra chica, una noche se subió al escenario y dijo: ‘De Chelobecos a casa’, porque la Policía se llevaba presos a los maricas, antes se decía así a los gays”. Y ahora también, un término que el activismo gay supo resignificar.
Al cerrar el boliche, Luis se la rebuscó como pudo. Abrió un comercio en su casa para la venta de legumbres a granel. “Me quedé sin plata y me ayudaron. Me prestaron un dinero y fui comprando de a poco las cosas; en ese tiempo se usaba mucho la damajuana de vino. Después, de a poquito, como trabajaba mucho, me compré una heladera y ya empecé con fiambres y puse una fiambrería. En esa época no había supermercados. Trabajaba un montón”.
Reprimido pero no vencido
Luis empezó a ir a las marchas de los miércoles apenas asumió Milei. Un día vio a un grupo de jubilados en un noticiero y a la marcha siguiente se sumó: “Al principio no conocía a nadie. Bajé del 37 y me quedé mirando. Después fui con un cartel y ahí me hice algunos amigos”.
Miércoles 19 de noviembre. Luis baja del 37 y se encuentra con el grupo jubilado de “Los 12 Apóstoles”. Se saludan y él se suma a marchar por la vereda del Congreso, totalmente vallado y militarizado, como cada miércoles de lucha. “A mí me hubiera gustado que el peronismo esté con nosotros, porque al final los únicos que están siempre son de la izquierda, como Vanina Biasi y Myriam Bregman, que las adoro”.
El rostro de Luis se hizo conocido porque fue uno de los primeros jubilados que sufrió la represión de los miércoles. “Vanina me ayudó a levantarme del piso”. Vio cómo la Policía le tiraba gas pimienta a dos jubilados y salió a defenderlos. Ahí le tiraron gas pimienta a él, directo a los ojos, y también le pegaron en la pierna donde tiene una prótesis. “El subcomisario López fue el policía que me pegó y al miércoles siguiente llevé un cartel que decía ‘López cobarde y alcahuete de la Bullrich’”.
Si a Luis le preguntan: “¿Por qué creés que Milei sigue teniendo apoyo?”, él responde: “Yo hablo mucho con la gente y ando por todos lados, puedo comer sentado en Puerto Madero como en la villa Los Ceibos, y creo que la gente no votó a Milei, sino que votó en contra del peronismo. Cuando la Policía me reprimió, la gente de mi barrio se enteró que yo iba a las marchas porque salí en los medios, y a partir de eso hay gente que me dejó de saludar. Y no creo que lo hagan por ser mileístas, sino porque son antiperonistas. Eso quiere decir que ganó el NO y eso es malísimo, porque es odio”.

Hace poco Luis tuvo un ACV. Se enteró al día siguiente, cuando fue al hospital. “La doctora me dijo ‘eso no lo hace ni un chico de 12 años’, y ahí me dejaron internado unos días”. Las ganas con las que va los miércoles al Congreso siguen siendo las mismas, a pesar de la represión, la violencia y las temperaturas extremas. Luis siempre está.
“Voy porque me hace muy bien, no sé lo que haría si no vengo a las marchas. Yo hablo mucho con jubiladas mujeres que me dicen lo mismo, les hace bien ir a luchar cada miércoles. Si un miércoles no voy y veo por televisión la represión, me vuelvo loco. Un miércoles que llovía no quise ir porque tenía miedo de patinarme o caerme por la prótesis que tengo en la rodilla y no sabés la mala sangre que me hice”.
Ese miércoles no hubo represión, a pesar de que Patricia Bullrich había amenazado en sus redes sociales con la vigencia del protocolo antipiquetes. La izquierda marchó, eran muchxs más que otros miércoles. Cuando eso pasa, lxs jubiladxs no están solxs y, muy a pesar de la ex ministra de Seguridad, el protocolo no se aplica. Luis marchó con su cartel en alto, un miércoles más.
El sol comienza a bajar sobre el Congreso vallado, pero Luis se niega a irse con las manos vacías. Con la prótesis de su rodilla doliendo por el golpe de la represión y la sombra del ACV reciente, el jubilado toma el 37 de vuelta a Lanús, con siete mil pesos de presupuesto diario y la certeza de haber cumplido: puso su cuerpo y su voz, una vez más.
Luis, el hombre de los boliches, el amante del flamenco y la copla andaluza, el vendedor de alfajores en la puerta del Evita, entiende que la miseria no es solo económica, sino también moral. Por eso, a sus 76 años, cada miércoles para él no es una marcha, sino un acto de pura y alegre resistencia, la única coreografía que le queda para recordarle al país que, aunque esté en crisis, él está vivo y bailando.
:::Estefanía Santoro para Revista Citrica /Fotos: Rodrigo Ruiz:::
