María José Granatto, una de las capitanas de Las Leonas, cumple 30 años. En primera persona, desde su infancia en Florencio Varela, la llegada al hockey y la mudanza a La Plata, hasta la actualidad.
“Fue amor a primera vista. Para mí, para mis hermanas y para mis viejos. Porque mis viejos también se enamoraron del hockey. Si no hubiese sido así, no sé si nosotras hubiésemos tenido tanta constancia, ni si ellos hubiesen hecho las locuras que hicieron”.
La que habla es María José Granatto, Majo, una de las capitanas de la selección argentina de hockey sobre césped, Las Leonas. Hoy cumple años y casi 25 de sus 30 años están atravesados por el hockey. Primero en el CUQ (Círculo Universitario de Quilmes), en Ranelagh; luego en Santa Bárbara, en Gonnet, y desde 2012 también en las selecciones argentinas.
Majo nació en una clínica de la Ciudad de Buenos Aires. Pero para entonces -21 de abril de 1995-, Evangelina y Marcelo, sus padres, ya estaban instalados en Florencio Varela, en el sur del Gran Buenos Aires. “Mi familia materna es de allá: mi mamá, mi abuela, todos mis primos, mis tíos. Y mi papá, su familia, de Remedios de Escalada”.

Evangelina y Marcelo se conocieron estudiando Sociología. Se pusieron de novios en un viaje de la carrera y además compartían militancia.
“Mis viejos hicieron base en todos lados, estuvieron de acá para allá. Pero cuando nació Vicky, o con Maru, se instalaron en Varela y no nos movimos de ahí hasta mis 7 años”.
Vicky es María Victoria, y Maru, Mariquena. Ellas son las hermanas más grandes de Majo. En total son cuatro, y la más chica es Delfi, Delfina.
“Era chica, pero de Florencio Varela tengo un montón de recuerdos. Los Día del Niño, cumpleaños, ir los domingos a la casa de mi abuela… Mi familia de Varela siempre estuvo muy presente, mucho más numerosa que la de mi viejo, que son él, mi tía y sus hijos, mis primos. Varela siempre fue como nuestro punto de encuentro”.
Los Granatto vivían sobre Tinogasta, una calle de unas seis cuadras de extensión. “Desde mi casa, caminábamos tres, cuatro cuadras, tierra o barro total, hasta la avenida. Ahí nos tomábamos el micro para ir a lo de mi abuela, o a cualquier lado. Siempre era caminar, caminar, caminar”.

En el barrio, además, estaba la parroquia Medalla Milagrosa, “donde me bautizaron a mí y a varios de mis primos. Tenemos un montón de fotos y recuerdos de esa parroquia”.
Treinta años atrás, era “barrio”. “No sé si sigue existiendo eso, realmente nos conocíamos todos. Mi niñera era la chica que vivía a la vuelta: primero fue la madre, Rosalía, y después la hija. En la esquina, el ‘almacén de la esquina’. Y las vecinas de al lado venían a jugar a casa, eran las invitadas de los cumpleaños, siempre. Era barrio, por eso nos quedó tan marcado”, insiste Majo en diálogo con la agencia DIB.
Otros de los recuerdos son los juegos con las hermanas. “Jugábamos a todo. Más que nada desde la imaginación, porque no teníamos muchos juguetes. Ni tampoco los pedíamos: conocíamos la realidad de la familia y la entendíamos. Y con lo que teníamos, hacíamos cualquier cosa”.
También jugaban al fútbol, con los primos. “Mi familia de Varela es muy bostera. Uno de mis primos es fanático de Boca y nos hacía jugar: yo era Palermo y él, Román. Y mis hermanas eran las que miraban en la tribuna, nuestra hinchada”. Majo jugaba. “Siempre fui inquieta. Jugaba al fútbol con mi primo, o lo seguía a mi papá, que hacía boxeo: iba con él y le pegábamos a la bolsa”.
Pero fue Victoria, la mayor de las hermanas, la que pidió ir a fútbol. “En ese momento mis viejos no quisieron, no estaba tan incorporado que las mujeres jugaran al fútbol. Y seguramente a partir de eso les haya surgido de darnos un espacio recreativo, que nos divirtiera, en el que pudiéramos poner toda nuestra energía. Es que las cuatro nenas éramos complicadas. Mi vieja volvía de laburar y estábamos las cuatro metidas en el barro, haciendo pozos con las cucharas en el patio. O tocábamos la ‘batería’ con los tenedores; en casa estaban todos los tenedores doblados. Éramos un bardo”.

“Amor a primera vista”
Año 2000, Evangelina y Marcelo trabajaban en el peaje Hudson (Berazategui), en la autopista que une La Plata con Buenos Aires; allí Marcelo era delegado gremial. “Fue una compañera de mi papá la que recomendó que hiciéramos hockey, y por eso nos llevaron al CUQ. Fue amor a primera vista”.
Majo tenía 5 años. “Era muy chica. Soy chiquitita ahora, en aquel momento era una pulga, la ropa me quedaba por las rodillas. Jugaba con Maru, que encima ella siempre fue un poco más alta. Eran todas como Maru, y yo, una pulga. En ese momento, en el CUQ no había nenas de mi edad. Pero me dejaron jugar: era todo tan familiar y tan a pulmón, que esas cosas las decidían los padres. Era un club muy chiquito, con una sola tira”.
Recuerdos de aquellos años, “al CUQ lo vivimos como algo muy familiar, muy de barrio. Los sábados salía un bondi, íbamos todas las jugadoras con todos los padres y veíamos desde la categoría más chica hasta la más grande. Y mis viejos se sumaron a esa, era el plan familiar. También por eso le tomamos tanto amor”.
“Apenas arrancamos, mis viejos se engancharon mucho”, sigue Majo. “No desde el lado de presionarnos, no, no. Pero ya en los Juegos Olímpicos de Sídney 2000 nos ponían los partidos de Las Leonas, me acuerdo de verlos en la tele. Ellos nos inculcaban que lo hiciéramos al cien por cien. Hace poco lo hablaba con ellos, les preguntaba, me preguntaba: ¿Por qué han hecho esas locuras por llevarnos a entrenar, que nunca faltáramos a un entrenamiento?, ¿por qué?, ¿qué se les pasaba por la cabeza?”.
Y la respuesta de la madre a los casi 30 años de Majo: “Me decía que había que tomarlo como una responsabilidad. ‘Algo que estás haciendo, que estás eligiendo, hay que hacerlo al cien por cien también. Porque te comprometés a hacer algo con un equipo’. Pensaban eso cuando a veces no tenían para la nafta, o fiaban en el almacén para tener la plata y cargar nafta para ir hasta La Plata a entrenar. Muchas cosas por llevarnos a entrenar, y obviamente lo recontra agradezco. Porque eso también nos hizo lo que somos hoy, ser conscientes de todo aquello”.

A los 5 años, Majo jugaba en Novena, la categoría menor del club, con Mariquena y chicas más grandes. Victoria estaba en Octava y Delfina, “que era mini”, no llegó a jugar en CUQ, “pero estaba con nosotras: iba y peinaba a las de Primera, entre ellas a Mariné Russo”.
A los 17 años, en 1997, Mariné Nené Russo había empezado a entrenarse con las juveniles del seleccionado femenino de hockey. Ese año no fue convocada para la Copa del Mundo de Seongnam (Corea del Sur), pero tuvo revancha cuatro años más tarde, en el Mundial que se jugó en Quilmes.
“Mariné era del club y jugó el Mundial cuando nosotras estábamos en CUQ. Mis viejos nos llevaron a ver un partido, estaban Sole García, Natalí Doreski, Mariné… Me acuerdo que la tribuna estaba explotada, nunca habíamos visto tanta gente en un partido de hockey, hockey internacional. Nos quedó grabado. Me acuerdo de estar en la tribuna, que con Delfi nos colgaban las patitas, mirando eso que no podíamos creer. Y que Mariné, la que veíamos jugar en pasto los sábados, esté en un Mundial Junior… Seguramente, inconscientemente, también fue como un: ‘Guau, impresionante. Si Mariné juega, podemos soñar con algo así en algún momento”.
En ese mundial, Argentina fue subcampeona: Las Leoncitas estrenaron apodo y Mariné Russo fue elegida mejor jugadora del torneo.

“Bien-ve-ni-da, bien-ve-ni-da”
En 2003, el CUQ dejó el predio de Ranelagh (Berazategui) y volvió a discontinuar la práctica del hockey. Y entonces: Santa Bárbara Hockey Club, como parte de un combo que terminaría mudando a los Granatto a La Plata.
Con La Plata había vínculo, ya que su madre tenía familia allí. “Cada tanto íbamos a visitarlos, la ciudad estaba presente en nuestras vidas”. Y de ese contacto con la ciudad, la elección del nuevo club. “Fue a partir de la relación de mi mamá con la ciudad, a lo que se sumaba la posibilidad de nuevas oportunidades para mi viejo. Y elegimos Santa porque tenía cancha de sintético, algo nuevo para nosotras. Era un club solo de hockey, por eso aprovechamos la oportunidad de poder jugar ahí”. Sería, más o menos, septiembre de 2003.
Los Granatto vivían en Florencio Varela, trabajaban en el peaje de Hudson (Berazategui) y llevaban a las hijas a los entrenamientos de Santa Bárbara, en Manuel B. Gonnet, partido de La Plata. “Fueron unos meses, íbamos y veníamos”, repasa Majo en la charla con DIB.
De Santa Bárbara, “me acuerdo del primer entrenamiento. Para mí era todo nuevo, y en sintético. Llego y estaban mis compañeritas en el piso, acostadas boca abajo. ‘¿Qué les pasa a estas nenas?’, me preguntaba. Y enseguida empezaron todas a saltar con un ‘bien-ve-ni-da, bien-ve-ni-da’. Eran todas pulgas”.

Majo, que llegaba de la Novena del CUQ, pasó a jugar en Décima, la categoría para su edad. “Yo les decía: ‘Ya jugué en Novena, ¿cómo me van a bajar a Décima? No lo entendía. Así que en mi currículum hice como cuatro años de Novena y uno de Décima”.
Los viajes de Varela a Gonnet fueron unos pocos meses. Es que al padre finalmente le salió una oportunidad en La Plata y “todo sumaba” para mudarse, “era la mejor opción”. Ya en 2004, “me acuerdo patente cuando mis viejos nos dijeron que nos mudábamos. Eso marcó un antes y un después en nuestras vidas”.
Por entonces, “también estaba la situación del país. Venimos de una familia a la que todo siempre le costó mucho, mis viejos venían de pasar tiempos duros, y con nosotras siempre buscaron darnos el mejor futuro posible. Irnos a La Plata fue empezar de cero, y para mí y mis hermanas, cambiarnos de colegio, de todo. Un cambio muy grande que también nos fue uniendo entre las cuatro”.
La primera mudanza fue a City Bell, “una casa muy linda” en la zona del Parque Ecológico, tirando hacia las vías del ferrocarril Roca. Al poco tiempo se trasladaron a Gonnet, cerca del club. Y después, nuevamente a City Bell.

En Santa Bárbara, Majo desde el primer día tuvo una amiga incondicional, María Gracia Spina. “Fue mi primera amiga del club, como que me adoptó”. Y esa amistad fue clave. “Éramos chicas, mis compañeras tenían un poder adquisitivo muy alto y en ese momento lo hacían notar. Había muchas cosas que estaban fuera de mi alcance. Por ejemplo, en mi casa no teníamos televisión por cable, o yo no tenía los buzos GAP que usaban las otras nenas. Era gente con mucha plata, iban todas al colegio más caro. Pero esta piba nada que ver, los padres eran dos docentes, laburantes, que también la peleaban y les costaba todo un poco más. La mamá, Patricia, es como mi tía, y es la que hoy viaja con mi mamá a todos lados; fueron a los Juegos de Río, a los de París, al Mundial de Terrassa. Cuando iba a la casa de ella, a mi amiga le dejaban plata para comprar cosas en el club y ella siempre compraba para dos. Eso me quedó grabado, porque yo iba sin plata y me quedaba toda la tarde. Ella compraba sándwiches, dos sándwiches. O iba a la casa y la mamá me lavaba la ropa y me la dejaba doblada sobre la cama. En esa época, en mi casa tampoco teníamos lavarropas. Fue mi primera amiga de Santa, incondicional desde el minuto cero. Porque obviamente después, cuando vas jugando en las categorías mayores, el ambiente es distinto. Pero en su momento fue difícil entrar al club, nos costó mucho”.
Majo empezó la primaria en Florencio Varela, pero con la mudanza la siguió en la Escuela La Anunciación de Ringuelet. “Me acuerdo que nos iban a buscar en el auto, nos hacían la chocolatada en una botella de plástico y hasta que no la terminábamos entre las cuatro, no podíamos bajar. Era alimentarnos y estar fuertes para ir a entrenar. Pero cuando nos iba mal en el colegio, nunca nos sacaron hockey. Por ahí nos decían: ‘No te vas a juntar con tus amigas, o no salís’, pero el hockey siempre fue sagrado”.
Al poco tiempo, de La Anunciación se pasaron al Ceferino Namuncurá de City Bell, otra institución privada. Fue solo hasta Noveno del Polimodal: ese año, y en decisión compartida con la familia, Majo, Mariquena y Delfina se fueron a una escuela pública, cambiaron la educación religiosa por la laica.
Majo siguió sus estudios en la Escuela Media 12 de Gonnet. “Fue lo mejor que me pudo haber pasado, marcó un antes y un después en mi personalidad, en mi vida. Fue abrirme al mundo real. Yo iba del Ceferino a Santa Bárbara, era como una burbuja. Y en la Media 12 empecé también a militar en el Centro de Estudiantes, me empecé a involucrar mucho en las problemáticas sociales, y eso me dio un montón de herramientas que antes no tenía”.

“Quería mejorar, ganar”
La llegada a Santa Bárbara les permitió a Majo y a sus hermanas dar un salto en el deporte. “Ya desde los primeros entrenamientos sentí que empezaba a jugar en serio. En CUQ venía de jugar con chicas más grandes, en una división que no era la mía. Santa, ya en mi división, con nenas de mi edad, lo sentía mi espacio, mi lugar. Día a día me fui involucrando mucho, no solo en los partidos, sino en los entrenamientos. Quería mejorar, ganar. Era muy competitiva, siempre fuimos competitivas, sobre todo Vicky y yo. Las nenas de mi edad iban a divertirse, con el pelo suelto. Y yo no: me iba con la colita, quería ganar hasta en el entrenamiento. Pero porque me divertía competir, ganar, lo disfrutaba de esa manera. Y en los partidos ni hablar: me fue creciendo ese amor, pero también ese deseo de todos los días ser mejor”.
Novena en CUQ, Décima, Novena, Octava y Séptima en Santa Bárbara. “Me lo tomaba muy en serio. En Séptima, que ya era un poco más grande, mi viejo se iba a trotar, o a correr, y me iba con él. Le empecé a copiar un montón de cosas, me di cuenta de que mi forma de entrenarme, de querer siempre entrenarme, es cien por cien de él. En Séptima no se hace pretemporada, y yo iba a correr con mi papá, me gustaba”.
Al igual que en el CUQ, Evangelina y Marcelo siguieron metidos de lleno en el hockey. “Si ellos no lo hubiesen vivido así, no sé si nosotras nos hubiésemos enganchado tanto. Cada vez que estábamos en un partido o en un entrenamiento, afuera estaban ellos”.
Y el hockey seguía en el fondo de la casa. “Nos quedaba bárbaro porque mi papá y mi mamá se sumaban y jugábamos tres contra tres. Siempre con palos prestados”. Hasta que Verónica Maiztegui, hermana de Laura Maiztegui [medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Sídney], le regaló un palo a Majo. “Ella veía que lo compartíamos y me dio uno para mí, para que juegue”.

Poco después, el primer palo nuevo. “Me lo compraron en lo del Negro D’Alfonso, obviamente en mil cuotas. Era un palo fluo, verde, hermoso. Fue mi primer palo comprado para mí, porque si no me tocaban prestados, heredados o regalados usados. Yo ya estaba en Séptima, era bastante grande”.
Y Majo mecha anécdotas, recuerdos, con reflexión: “Vicky jugaba en una categoría mucho más grande, no podía jugar con un palo cualquiera. Entonces, para las que veníamos atrás, siempre heredábamos lo de Vicky. Y eso también explica por qué somos tan solidarias entre nosotras, nos ayudamos en todo. Porque me acuerdo de los palos, pero también me acuerdo en el colegio, con los zapatos. Yo iba a la mañana y Delfina, a la tarde: yo salía y le dejaba los zapatos a ella porque mis viejos habían podido comprar un solo par. En ese momento no éramos conscientes, nos parecía divertido: ‘Me tengo que ir rápido para darle los zapatos a mi hermana’. Con el tiempo me di cuenta de que mis viejos hacían malabares para que podamos tener todo”.
Con la mudanza a La Plata, “mi papá empezó a tomar horas como profesor [finalmente estudió Historia] y mi mamá agarraba algunas suplencias. Pero ellos hicieron de todo”. Por ejemplo, tuvieron un bar. “Alquilaron un fondo de comercio en la zona de Plaza Rocha [La Plata], no sé cuánto duró. Mi viejo nos decía: ‘Si levantan las mesas, se quedan con las propinas’. Levantábamos las mesas, agarrábamos las propinas y nos íbamos enfrente, que había un cíber. Era el único momento en que veíamos una computadora. Nos quedábamos jugando, después del colegio y antes de ir a entrenar”.

“Desde ahí no paré”
Majo empezó hockey en momentos en que nacían Las Leonas, en los Juegos de Sídney. Después llegó el título mundial en Perth 2002, la medalla de bronce en Atenas 2004…
“De la Selección, no recuerdo mi primer momento en el que dije: ‘Quiero ser leona’. Sí me pasaba de querer jugar en la Primera del club. Me quedaba todo el día hasta que llegaba la Primera, con Vicky. A ella la habían llamado para Primera a los 16, yo era chiquita pero: ‘Quiero esto’, decía. Y a Vicky la empezaron a llamar también para seleccionados de Buenos Aires, iba a entrenar y yo la acompañaba, una vez por semana. A veces la llevaban los padres de otra chica y yo me sumaba al auto con ellos. No me perdía un entrenamiento, me encantaba salir del colegio e ir a verla entrenar. Y creo que ahí empecé a hacerme fanática. Me gustaba ver el buen hockey, aprender, acompañarla. Yo tendría 10 años, a Vicky la habían convocado para un Sub 15 y me iba a los entrenamientos con ella. Por eso Vicky siempre fue como mi camino a seguir: a lo que ella jugaba, que siempre llegaba antes, yo quería eso”.
“Hasta que me tocó a mí”, cuenta Majo. “Tenía 13 años, llamaban a dos jugadoras por club para probarse para los seleccionados de Buenos Aires y desde ahí no paré”.
Según recuerda, un grupo de cincuenta jugadoras fueron convocadas para entrenarse en Quilmes, y otras cincuenta para hacerlo -cree- en Vicente López. “Éramos un montón. Íbamos a entrenar, hasta que después se fueron conformando listas. Ahí jugué mi primer torneo, Sub 14, en Buenos Aires. Estaban Agos Alonso, Luli Sanguinetti, Mili Forcherio, chicas con las que sigo jugando, es muy loco eso. De las cien, después unificaban en un grupo mucho más chico y se entrenaba con las de Buenos Aires. Era increíble, porque eran los mejores clubes y Santa Bárbara todavía era un club de la B”.
Majo ya era parte del seleccionado de Buenos Aires, pero Victoria seguía marcando el camino. Es que en 2010, Carlos Chapa Retegui, DT de Las Leonas, la convocó para entrenarse junto a las mayores. “Para nosotras fue una revolución, impresionante adonde había llegado”.

“Esto recién empieza”
Marcelo Garraffo, considerado el mejor jugador del hockey argentino, en 2012 llegó a Santa Bárbara como coordinador general del hockey femenino.
“Debuto en Primera cuando viene Garraffo, el año que ascendimos”, recuerda Majo. “Fue en CUBA, no me olvido más. Tenía ansiedad, porque encima no debuté en el primer partido. Ya me había tocado ver dos partidos desde el banco, sin entrar. Obviamente, feliz de estar ahí, ‘pero ya dos partidos acá sentadita, ¿cuándo me toca?’. Y me tocó”.
Ese estreno se hizo desear, pero Majo cuenta: “Recuerdo muchas charlas con Marcelo, él no quería que queme etapas, me decía que ya iba a tener tiempo para jugar. Él quería que juegue en Quinta, mi división, que me divierta, que la pase bien. Y que fuera a Primera a aprender, que ya me iba a tocar entrar, que disfrute. Mi partido era el de la Quinta y ahí ponía toda la energía. Y después en Primera sumaba lo que podía y listo. Eso me hizo muy bien para poder disfrutarlo y estuvo bueno porque encima con Quinta nos iba bárbaro, salimos campeonas. Fue un año soñado, nos fue muy bien y yo pude hacer todo, era parte de los dos equipos”.
Y vuelve sobre Garraffo: “Siempre me dijo: ‘Esto recién empieza’. Obviamente, con el tiempo lo entendí más. En su momento era: ‘Quiero jugar todo el partido en Primera. Me encanta la Quinta, me cago de risa, pero…’. Hoy se lo recontra agradezco. Y más que nada con la Selección, cuando empecé a quedar, o con un premio, o una mención… Él siempre me decía: ‘Majo, esto recién empieza’. Como ‘los pies sobre la tierra, siempre se arranca de cero de nuevo, siempre hay que revalidarlo’. Me marcó muchísimo como entrenador”.

“Cada vez que me la pasaba Lucha, me temblaba el palo”
El 2012 de Garraffo, el del debut y ascenso con la Primera y el del campeonato de la Quinta, fue también el de la llegada a la selección junior y la antesala del estreno en la mayor.
“Empecé a entrenar con el Junior y al año siguiente era el Mundial. Pero en enero había un Sudamericano mayor. Como a esos Sudamericanos casi siempre va un Leonas B, llamaron a jugadoras que entrenaban con el seleccionado mayor pero no eran titulares y a varias juveniles. Nunca me imaginé que me iban a llamar para ese torneo, era de las más chicas del Junior. No lo podía creer, porque fue en un entrenamiento en el Cenard, habíamos jugado un amistoso, y me dicen que iba a estar convocada para Chile, a finales de enero; esto fue en diciembre. De la nada, cuando pensaba en un Mundial Junior, a jugar mi primer torneo internacional con la celeste y blanca, con mi apellido, una locura”.
Hasta ese momento, Majo era parte de las juveniles y compartía algunas prácticas o partidos de entrenamiento con jugadoras que ya estaban en Las Leonas, como las hermanas Agustina y Florencia Habif o Agustina Albertario. “Eso era lo más cercano que tenía con Las Leonas”.
En el Sudamericano, las argentinas fueron campeonas. “Obviamente viajó toda mi familia. Fue mi primer torneo”.
A la vuelta, Majo siguió entrenándose con el Junior, aunque también recibía invitaciones para sumarse a los trabajos de Las Leonas. “Todavía estaba Lucha [Aymar]. Me tocaba jugar con ella y yo moría. Habrán sido cuatro o cinco entrenamientos que me sumaron como invitada, y fue la única vez que pude jugar con Lucha. Cada vez que me la pasaba, me temblaba el palo, literal. No lo podía creer”.

Entre julio y agosto de 2013, Monchengladbach (Alemania) fue la sede del Mundial Junior. Las Leoncitas conquistaron la medalla de plata: Países Bajos les ganó por shoot out.
“Fue hermoso haber sido parte de ese equipo. No había estado en el Panamericano del año anterior, me metí directamente en el Mundial. Muchas de las jugadoras con las que compartí ya habían sido parte de Las Leonas: Jime Cedrés, Flor Habif, Agus Albertario. Era poder jugar con ellas y algún día poder yo también llegar a lo que habían logrado”.
Además, el Mundial fue una experiencia compartida: “Fue el primer viaje a Europa para mí y también para mis viejos, que pudieron acompañarme, haciendo un esfuerzo sobrehumano. Tengo los mejores recuerdos, fue un sueño que pude vivir con toda la familia”.
Después del Mundial, Majo siguió con las juveniles y recién en 2015 le llegó una convocatoria al seleccionado mayor, la temporada posterior al retiro de Aymar. Las Leonas jugaban en Rosario la Liga Mundial. Argentina fue campeón y Majo la “mejor jugadora junior del torneo”.
“Eso me quedó grabado para siempre, posta. Nunca había jugado con una tribuna así, con esa cantidad de gente, un torneo así de importante, con esas jugadoras. Me había tocado viajar al Sudamericano con jugadoras grandes, pero no con Noe Barrionuevo, Delfi Merino, Carly Rebecchi, Rochi Sánchez. Creo que ahora tomo dimensión. En ese momento no pensaba, lo vivía, nada más. Y así lo viví, lo viví muy… muy intenso. Y me acompañó mucha gente. Ese Rosario fue una locura, y una motivación para todo lo que vino después. Ahí me di cuenta que quería eso”.
Ese 2015 Majo fue consciente de que podía haber una carrera en el hockey. “Creo que fue ahí, porque había jugado el Mundial Junior y después tardó un año la convocatoria para Las Leonas. En el medio, había terminado el colegio, había arrancado Historia, iba a la Facultad, al club, hacía una vida normal. Pero con una sensación adentro de que en algún momento me iba a tocar. Jugaba en la Primera del club, me iba bien, era importante dentro del plantel. Y después del Sudamericano y el Mundial Junior, le empecé a tomar el gusto. Pasó ese Mundial, me llamaron para entrenar con Las Leonas como invitada. A principios de 2015 se formó un grupo de Leonas Proyección… Siempre seguí en el sistema, siempre estuve. Entonces, para mí en algún momento iba a llegar”.
Y tenía ganas: “Me lo tomaba muy en serio. Tenía muchas ganas y se me notaba. Cuando iba a entrenar, iba con esa ilusión de querer estar en lo máximo. Quizá era un grupo de ocho, un cuatro contra cuatro, y yo iba con una energía… Creo que eso fue también lo que me abrió las puertas, las ganas e ilusión que tenía. Y cuando terminamos un entrenamiento con el Junior, viene Santi Capurro [DT de Las Leonas] y nos dice a mí, a Euge [Trinchinetti] y a Janku [Julieta Jankunas] que teníamos que ir la semana siguiente a entrenar con Las Leonas”.
Majo estaba convocada para entrenarse con el seleccionado mayor. “‘No lo puedo creer. Hasta que no vea mi nombre en esa lista que diga leonas, no me lo creo’. Y pasó, salió la lista, y ahí arrancó todo. También desde cómo me lo empecé a tomar, si bien siempre fui muy responsable, desde chica. No sé de dónde saqué eso, soy muy exigente, responsable conmigo misma y con el deporte”.
Viajando desde La Plata, había un esfuerzo extra. Y Majo repasa: “Cuando entrenaba con los seleccionados de Buenos Aires, mis viejos siempre intentaban llevarme. Cuando mi papá tuvo un Jeep, íbamos en Jeep, a 60 pero llegábamos. O a veces no llegábamos y volvíamos con la grúa. Después, cuando empecé a viajar casi todos los días, la Costera: la letra ‘I’ del 273 desde mi casa hasta Cantilo y Centenario, Costera y después el tren Mitre y caminaba, o el 130, que me dejaba más cerca. Así todos los días. Me despertaba sola, con mi alarma, 5.30, y salía. Siempre tuve esa constancia, lo hacía sin pensarlo y con unas ganas…”.

“El primer Juego Olímpico de toda una familia”
A los 20 años, Majo se entrenaba con las juveniles con un objetivo muy claro: el Mundial Junior que a finales de 2016 se celebraba en Chile.
Pero a mediados de 2016 estaban los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. “Era muy difícil. Obviamente hay ambición, sueños, pero siempre tengo los pies sobre la tierra. Nunca me creí que por haber jugado esa World League, ‘ya estoy peleando un puesto para el Juego Olímpico’. Y hacía cuentas y había un montón de jugadoras grandes. ‘Mi objetivo es el Mundial Junior, voy a intentar aprender lo que más pueda acá, voy a dar mi máximo’. Y así seguí entrenando, ganando confianza, asentándome en el equipo”.
Sin embargo, María José Granatto fue convocada para los Juegos Olímpicos. “Fue una locura, aunque lo tengo un poco borrado, porque no fue el resultado que soñábamos. Pero fue el primer Juego Olímpico, no solo para mí. Era el primer Juego Olímpico de toda una familia: de Varela, de Lanús, de todos. Era: ‘Mi prima, mi sobrina está en un Juego Olímpico’. Fue algo colectivo”.
En Río Las Leonas fueron séptimas y cortaron una racha de cuatro podios olímpicos consecutivos. “Por eso lo tengo un poco borrado. Con la Selección querés ganar todo y el resultado es muy importante, te hace disfrutar o no de un torneo. Además, era sumarse a un equipo ganador y en el primer Juego Olímpico salís séptima: ‘¿Pero este equipo no es el que gana siempre?’. Eso habla de un recambio, de un equipo en construcción, de lo que sea, pero estás ahí y fue duro, muy duro. Por eso hay una parte que todavía está bloqueada. Porque si bien fue un sueño estar ahí, es único, el resultado lo recontraopacó”.
Unos meses después, Majo y Las Leoncitas jugaban el Mundial Junior en Santiago. “Después de Río, me hizo muy bien sumarme a ese equipo. El resultado de Río me había golpeado, volví muy triste. Y sumarme a ese grupo, a ese equipo, un equipo recontra consolidado en lo humano, me hizo muy bien y fue en el momento justo. Disfruté mucho ese torneo”.

Majo destaca el torneo y el proceso, y volverá a hacerlo más adelante. “Ese grupo era un ambiente hermoso, competitivo pero en la medida justa. Se estaba entrenando muy bien, había un trabajo de un cuerpo técnico muy presente. Con Agustín Corradini, le daban mucha importancia a la parte mental y hacíamos muchas actividades con mindfulness, con psicólogos. Las chicas estaban muy bien y había un ambiente muy lindo. Y fue justo lo que necesitaba. En Chile fue todo soñado, jugamos el torneo de nuestras vidas. Y así nos fue, en la final la pasamos por arriba a Holanda”.
En 2016, Majo fue elegida por primera vez mejor jugadora juvenil del mundo, distinción que volvería a recibir en 2017. “Es un mimo hermoso, es un reconocimiento muy lindo; ‘guau, adónde llegué’. Pero con el tiempo me fui dando cuenta de que no sé si tienen tanto valor. Cuando empecé a ganar cosas con Las Leonas, me fue cayendo esa ficha: ‘Sí, está buenísimo, me llena de orgullo. Pero ganar una plata olímpica en Tokio fue muchísimo más que la mención personal’. Y aparte, esas menciones llegaron en momentos en que no habíamos ganado nada. Entonces tenía esa doble sensación: ‘Sí, mejor jugadora junior, pero salimos séptimas en el Juego Olímpico. A mí dejame volver a jugar ese torneo’”.

“Cambió la mano totalmente”
Lejos del podio en Río 2016, en el horizonte de la selección mayor había otro objetivo, otra obligación: el Mundial de Londres, en 2018.
“Todo mal. Río y ese Mundial son dos torneos que realmente están bloqueados en mi cabeza. Lo peor de todo es que habíamos entrenado muy bien, me sentía con confianza, con confianza en el equipo. Pero no se dio. En ese momento el grupo no estaba muy bien en lo humano y eso a la larga se nota”.
Las Leonas, campeonas en Rosario 2010 y bronce en La Haya 2014, perdieron con Australia en cuartos de final y concluyeron en el sexto puesto.
“Creo que ese enojo y esa bronca siempre sirve de motivación, por lo menos para mí. Nunca estuvo en mí la duda: ‘No lo voy a lograr, no lo vamos a lograr’. O ‘esto no es para mí’, jamás. Siempre fue: ‘Voy a tener otro, voy a tener otro, voy a tener otro’. Y por suerte así fue. Y cambió la mano totalmente”.
Al año siguiente, Las Leonas buscaban la clasificación olímpica en los Juegos Panamericanos de Lima 2019, torneo que no ganaban desde Río 2007. Y Majo no era la única Granatto del equipo: Victoria había vuelto a la Selección. “Yo sabía que a Vicky la tenían que llamar. ‘¿Qué hace que no está acá?’ Y la convocatoria llegó cuando volvió el Chapa. Fue hermoso, porque aparte pasé de ir sola a tener una compañera. Íbamos juntas todo el tiempo y hasta alquilamos departamento. Fue una muy linda experiencia, en un momento que no fueron tiempos fáciles. Y Lima fue como el volver a disfrutar: ganar, colgarse una medalla de oro, y con Vicky”.

No eran momentos fáciles en la intimidad del seleccionado. Y tampoco en el mundo. “Tokio tuvo los pros y las contras de un proceso muy duro, en cuanto al cuerpo técnico y en cuanto a la pandemia. Por eso esa medalla valió oro. Porque después de todo ese proceso, haber ganado la de plata fue oro. Oro puro”. Y con Victoria. “Ni hablar. Primer Juego Olímpico juntas, primera medalla olímpica. En serio que valió oro”.
Oro en Lima y plata en Tokio, en 2022 llegó el Mundial de España y Países Bajos; por sorteo y por resultados, Las Leonas jugaron todos sus encuentros en Terrassa (España).
“Ahí se sale la espina que estaba clavada. Porque por más de que volvemos a perder contra Holanda en una final, estás jugando una final de un Mundial, estás en un podio, estás ganando una medalla de plata. Y hoy le doy un valor increíble a eso, porque no es fácil. Me ha tocado vivir séptimos puestos y ahora, juro, les doy mucho valor a un segundo puesto, a un tercer puesto en un Juego Olímpico. Y el Mundial de Terrassa me hace acordar mucho al Mundial Junior de Chile. Fue un proceso espectacular, hubo un ambiente muy sano. Y esos procesos son los que me quedan marcados, fueron de disfrute. Porque si no, una va al torneo, son diez días, pero estuviste entrenando un año y medio para eso. Entonces es recordar ese proceso, también con Vicky. Un cuerpo técnico humano y un equipo que se vació y consiguió lo que consiguió. Y se nota también en cómo terminamos jugando, porque el Mundial de Terrassa se terminó en un nivel altísimo”.
Majo fue elegida mejor jugadora de aquel torneo.

“No podés tener dos y el otro ninguno”
Después del Mundial, Victoria, la hermana mayor, dejó la Selección. “Primero, fue difícil aceptarlo. No podía creer que quisiera irse en su mejor momento y después de lo que había sido esa experiencia. Yo sentía que podía llegar a París, pero lo sentía desde mi perspectiva, no desde la de ella. Más adelante comprendí que el tiempo para una es muy importante, y si en ese momento decidió que era lo correcto, por más de que a mí me doliera o me costara aceptarlo, la voy a bancar siempre”.
Con París 2024 en el horizonte, antes la clasificación olímpica en los Juegos Panamericanos de Santiago 2023. Las Leonas fueron campeonas y se aseguraron un lugar en Francia.
En Chile, Argentina no compartió grupo con Cuba, no se cruzaron. En la instancia de grupos, las cubanas jugaron con Canadá (1-7), con México (1-1) y con las locales (0-2). Y en ese último partido, y cuando le quedaban dos compromisos más, a la jugadora cubana Sunaylis Nikle se le rompió su palo. La Federación Panamericana de Hockey hizo una publicación en redes para, a cambio de interacciones, entregarle uno nuevo. Pero intervino Majo. “Se le había roto el palo y veo que la cuenta de la Federación hizo un video pidiendo no sé cuántos ‘me gusta’. ‘¿Por qué ese circo?’. A la piba se le rompió el palo y no tiene otro para jugar. Entonces me puse en contacto. Aparte con Cuba, con el país Cuba, tengo un amor enorme. Le escribí a la entrenadora y le pedí que me pase el contacto de la chica porque le quería regalar un palo. Yo tenía dos y uso uno. No lo podía creer la piba. Pero así me criaron mis viejos: ‘No podés tener dos y el otro ninguno’”.
La medalla de oro en Santiago les dio a Las Leonas la clasificación a París. Y en París, las argentinas volvieron a subirse al podio: bronce. En Francia fue vivir aquello que no se pudo en Japón, por la pandemia. “Volver a ver gente en las tribunas, que esté la familia, que puedas ir al comedor y quedarte charlando con cualquiera, sin tener que encerrarte en la habitación, sin andar escupiendo el tubito para los testeos. Fue volver a vivir un Juego Olímpico”. Y en cancha, “no fue el resultado que queríamos, porque para mí el equipo estaba para muchísimo más. Pero nos vuelve a tocar un cruce con Holanda en semis, que volvemos a tenerle ese respeto… Ese respeto, porque le tuvimos respeto. Y las veces que perdimos con ellas fue por un respeto excesivo”.

Santa Bárbara, “los mejores recuerdos los tengo ahí”
Juegos Olímpicos, Panamericanos, mundiales, Liga Mundial, ProLeague, seleccionados de Buenos Aires, leoncitas, leonas, equipos en Europa… Y en paralelo, desde 2003, Santa Bárbara Hockey Club.
“Santa está presente en toda mi carrera deportiva, los mejores recuerdos los tengo jugando en el club. Lo lindo de jugar todo, ¿no? Me tocó estar en un ascenso, en una permanencia, play-out, play-off… Fueron años de mucho esfuerzo en los que todo un club cambió su mentalidad, en el sentido de dejar de ser un club social para ser un club competitivo. Con la llegada de Marcelo Garraffo, con un plantel que empezó a soñar y a creer que era posible aspirar a más, con una dirigencia que apostaba a eso. Y a lo largo de los años, compartir cancha con mis hermanas. Y salir campeona de un Súper 8, que fue un sueño, tocar el cielo con las manos, porque si había algo que quería, que anhelaba con todo mi corazón, era un campeonato con el club. Y ese 2023 haber jugado también la final de los play-off, que se nos fue por nada, por seis segundos…”.

Y sigue Majo: “Desde chiquitita, que iba a alentar a la Primera, que después le tocó estar a Vicky, iba con la cara pintada a alentarla a ella, a alentar a mi equipo, mi club. Y me tocó estar ahí, defender esa camiseta que amo con todo mi corazón. Entonces, Santa Bárbara es una parte muy importante de mi carrera. El haber vivido todo: lo bueno, lo malo, lo soñado, lo que no se espera y hay que plantarse, ponerse firme y sacarlo adelante. Fui entrenadora de chicas que hoy son mis compañeras y tuve entrenadoras con las que después jugué. Pude hacer todo en el club, por eso los mejores recuerdos los tengo ahí”.
Y surgen nombres propios, “personas que me marcaron a lo largo de mi carrera. Amigas como Clara Mendy y Tota Ferrando. Entrenadores como Seba Zocchi, Mati Cereceda, los Arbelaiz… Los D’Alfonso, Raúl, El Negri, Pato, Rosita, gente que te queda grabada para siempre, para mí ellos son Santa”.

“Capitana de un equipo totalmente nuevo”
En este 2025 Las Leonas ya iniciaron su ciclo rumbo al Mundial de Amstelveen (Países Bajos) y Wavre (Bélgica) 2026, y los Juegos Olímpicos de 2028, en Los Ángeles. Por decisión del cuerpo técnico, María José Granatto y Agostina Alonso comparten la capitanía de la Selección.
“Ser una de las capitanas, primero que es algo increíble. Ya solo el decirlo me llena de orgullo. Las Leonas representan mucho para mí, y ser hoy una de las referentes es una responsabilidad muy grande, pero hermosa. Y de la mano con aquel partido contra Holanda [el del ‘respeto excesivo’ en París], es ser capitana de un equipo totalmente nuevo, en construcción. Un equipo que está dando sus primeros pasos, con un montón de jugadoras nuevas. Y el año pasado en la ProLeague, cuando jugamos contra Holanda por segunda vez [3-2 el 15 de diciembre en Santiago del Estero], después de haber perdido el primer partido [2-3], lo primero que les dije a las chicas fue: ‘La mayoría de ustedes no tiene historial con Holanda. ¿Cuántas veces jugaron? Algunas nunca. El historial lo tenemos nosotras, que somos cinco o seis, que podemos decir: Ah, Holanda es el cuco. Ustedes no perdieron nunca. O sea, qué respeto le van a tener’. Es empezar a construir esto, de empezar a imponerse y que el pasado no paralice. Está bueno el desafío. ‘Si no hay historial, no hay respeto, no hay nada. Esto arranca de cero’. Qué lindo poder entrar a la cancha y sentir que podés competirles de igual a igual”.

Para esta etapa, Majo tiene entre las suyas a Victoria, “que se dio cuenta de que no había terminado su ciclo de seleccionado. Y por suerte a tiempo, y en un equipo que también necesita su experiencia”.
Arranca un nuevo desafío para Majo, también con el número “10” de Juan Román Riquelme en la espalda. “Siempre me gustó el ‘10’. Soy de una familia muy bostera y eso hizo que desde chicos Román fuera nuestro ídolo. El Diego marcó muchísimo a mis viejos y ellos también nos transmitieron eso. Entonces, el ‘10’ siempre tuvo algo muy especial para mí. Lo usé en inferiores de Santa hasta que ascendí a Primera, que lo tenía Vicky, por eso lo cambié por el ‘11’. Pero antes de los Juegos de Tokio, cuando el DT nos dio la idea de poder cambiarnos al número que siempre quisimos, no lo dudé y me puse el 10”.

“Donde soy Majo Granatto”
María José Granatto, jugadora de hockey sobre césped, una de las capitanas de Las Leonas, cumple 30 años.
“No sé si es mi mejor momento. No lo sé, lo sabré en unos años. Pero me siento muy bien, muy contenta, disfrutando mucho. Quizá, cuando una también se va haciendo más grande y va sabiendo que tal vez sean sus últimos años, los exprime mucho más. Y hoy estoy jugando en España pero tengo muchas ganas de volver a Argentina. Estar en el día a día con las chicas, en este rol que me toca. En julio vuelvo y me quedo. No quiero perderme el proceso, los procesos son importantes y me quedan grabados. No sé cuántos me quedan, entonces tengo que disfrutarlos mucho. Lo estoy tomando desde ese lado, y creo que es una linda versión”.

Y la mirada de cierre: “Me siento una afortunada total. Hoy jugando con Vicky en España [en Hockey Junior de Barcelona], voy en bici al club y estoy yendo a lo que sería mi trabajo. Yendo a jugar al hockey con mi palo y mi mochila. Y digo ‘qué vida’. Qué hermosa vida que con esfuerzo, con mucha lucha y esfuerzo de una familia entera, hoy puedo estar haciendo esto. Y sé que no dura para siempre, todo deportista tiene fecha de vencimiento. Pero lo que más lo pueda exprimir, lo voy a hacer. Porque es donde soy Majo: donde soy Majo Granatto es dentro de una cancha. Donde me siento realmente yo, donde disfruto, donde soy feliz, es jugando al hockey. Y poder hacerlo ahora en el extranjero o haciéndolo en Argentina, jugando para la Selección o en el club, es un privilegio enorme. Porque son un puñado en un millón de personas que juegan hockey. O sea, es único. Y tomarlo así, es lo que hace que más valor le dé, que más lo cuide, que más responsabilidad y compromiso tenga. Me encantaría que no se acabe nunca, pero se acaba. Por eso también es importante tener algo, un sostén, o algo que realmente te motive y te guste. Hoy lo encontré en la Nutrición, que si algún día me recibo, sé que lo puedo enganchar ahí, desde la nutrición con el deporte, con el alto rendimiento, que es lo que me gusta. No tengo más palabras que decir que soy una agradecida total, una agradecida total”.
Y en lo inmediato: “Ahora estoy pensando en el Mundial. O mejor dicho, en la Copa América [julio] para clasificar al Mundial. Ahí arranca para mí el proceso del Mundial, y ese es mi objetivo más claro. Siempre lo fui pensando así: torneo a torneo, o cada partido internacional. Cada vez que te ponés la camiseta para mí es importante, es lo próximo que se viene. Es vivir el presente y está bueno que sea así, porque si no estamos siempre esperando que llegue el torneo. Y charlando ahora, me doy cuenta de que los dos torneos que más recuerdo son los que disfruté el proceso. En los que me fue un poco más sufrido o de menos disfrute, los tengo ahí, están buenos, sí, pero el Mundial Junior de 2016 y el Mundial de 2022 son los que realmente me acuerdo el proceso. Y cómo lo vivimos, cómo nos entregamos, cómo nos vaciamos. Entonces, también estoy en ese momento de mi carrera, en el que me quiero vaciar y me quiero ir de acá sabiendo que lo disfruté. Sacándoles el provecho a los torneos que queden, que ojalá sean varios. Y disfrutarlos, disfrutarlos mucho. Si los ganamos, mejor: me encantaría retirarme con una medalla de oro”. (DIB) GML

Galería gentileza de Gabriela Mabromata (Instagram: @gmsportsphoto)
:::Gastón Luppi para DIB:::