En esta carta, una vecina rompe el silencio y relata que habría sido víctima de violencia física, psicológica, sexual y vicaria por parte del progenitor de sus hijos. Según su testimonio, las situaciones de maltrato habrían continuado incluso después de la separación y no habrían recibido la respuesta adecuada de las instituciones competentes. Con valentía, comparte su historia para visibilizar lo que muchas mujeres podrían estar atravesando en silencio: que cuando el sistema no actúa con perspectiva de género, la violencia puede transformarse, pero no desaparecer.
Hoy decido contarlo por acá, porque gracias a que me ayudaron a no callar más, gracias a animarme a hacer terapia y poner en palabras lo que me está pasando, hoy elijo con más fuerzas seguir.
Durante años sufrí violencia física, psicológica y sexual por parte del progenitor de mis hijos. Alguien que se hace llamar padre y buen hombre, pero no lo es en absoluto, e hizo y hace mucho daño.
No me pregunten por qué seguí tanto tiempo. A muchos se les hace difícil aún entender cómo y por qué, pero lo único que puedo decir hoy es que estoy viva… o mejor dicho, sigo luchando.
Porque después de todo lo que pasé, sigo acá. Y gracias a que hoy puedo alzar mi voz, puedo poner en palabras lo que por años me hicieron callar. Ya no me callo más.
Más allá de toda esa violencia que me marcó por dentro y por fuera, la violencia no terminó cuando me separé. Siguió de otras maneras, más silenciosas, más crueles.
Porque cuando una madre sufre manipulación, amenazas, miedo constante y una justicia que no escucha como debería… eso no es un conflicto familiar, es violencia vicaria. Es el castigo más cruel: usar a los hijos para seguir haciendo daño, para controlar, humillar y castigar a la mujer que se atrevió a decir basta.
Y aunque una intenta rehacer su vida, la violencia se disfraza, cambia de forma, pero no se va. Te llena de miedo, te hace dudar, te desgasta. Y aun así, una sigue de pie, por los hijos, por la verdad, por no dejar que el miedo gane.
Y mientras eso pasa, el sistema calla. Los mismos que tienen la obligación de proteger miran para otro lado. El Servicio Local, sabiendo todo lo que viví, conociendo la violencia que había, eligió ignorarla. Redujeron todo a un “conflicto familiar”, cuando bien saben que lo mío fue violencia en todas sus formas.
Esa indiferencia también es violencia. Esa frialdad también lastima.
Y cuando una busca justicia, se encuentra con un camino largo, cansador y muchas veces revictimizante. Te hacen repetir lo mismo una y otra vez, te dudan, te juzgan, te exponen. Y mientras el proceso avanza lento, la violencia sigue: amenazas, hostigamiento, manipulación.
Todo eso sigue, y sin embargo, la justicia todavía no me escucha del todo. Parece que una tiene que llegar destruida para que recién te crean.
A las madres como yo nos llaman “locas”, “exageradas”, “conflictivas”. Pero nadie ve lo que hay detrás: años de miedo, silencio, manipulación, amenazas y un sistema que muchas veces te vuelve a lastimar en lugar de protegerte.
Porque el miedo sigue, pero también sigue la fuerza. Y eso es lo que hoy me mantiene en pie.
Esta herida no se borra. Pero hablarla, ponerle nombre y no callar es la única forma de empezar a sanar.
Sigo de pie, protegiendo a mis hijos más chicos y también luchando por los más grandes, que están con su progenitor. Porque mi lucha no es solo mía. Es por todas las madres que están pasando por lo mismo, por las que todavía no se animan a hablar y por las que ya no tienen fuerzas para hacerlo. Por todas las que siguen esperando que algo cambie. Por los hijos que algún día van a entender la verdad. Y por todas las mujeres que no pueden alzar su voz.
Lucia A.
