martes, octubre 22

El puma, o la historia del país y el continente

Despojado de su hábitat natural, perseguido durante décadas, convertido en presa valiosa de caza, el puma americano, lejos de extinguirse, logra sobrevivir. La provincia de Santa Cruz autorizó la caza deportiva de animales salvajes, incluido la de este felino, y reavivó un debate. “Con cada puma que muere, muere la esencia del espíritu americano».

Un puma camina a unos metros de distancia, olfatea los rastros, reconoce la presencia de muchas personas. Da pequeños pasos suaves y tantea como para no caer en una trampa. De repente, algo altera su compostura, pega un salto, gira y busca huir hasta que reconoce a su cuidadora, que le acerca una mano al hocico para que huela y sepa que todo marcha bien.

De todas las vidas posibles le tocó una particular, con la ceguera nadie sabe cuánto ni cómo hubiera sobrevivido. El puma no puede ver, es ciego, pero igual mira profundo. El misterio de sus ojos son un refucilo en medio de la tarde. 

Estanislao permanece en cautiverio como el resto de los pumas rescatados que llegaron a Pumakawa, una reserva natural que trabaja en la recuperación de la fauna autóctona en Villa Rumipal, Córdoba. El puma perdió la vista tras ser atropellado por una máquina cosechadora en un campo cercano. “El puma está en guerra con el hombre porque su ecosistema se vio afectado, los que llegaron acá son sobrevivientes, refugiados de esa guerra”, dice Kai Pacha, presidenta de Pumakawa, guarda y compañía de Estanislao. 

Todos los pumas que habitan Pumakawa viven en cautiverio porque ya no pueden volver a sus hábitat naturales. Por intervención humana, los ciclos de sus vidas han sido interrumpidos, abundan los casos de mascotismo, tráfico animal y rescates provenientes de la caza furtiva e ilegal

Cada puma que llega a la reserva es bautizado con un nombre, sus historias de vida sirven para narrar a las personas que visitan el lugar sobre los daños que padece la fauna silvestre cuando el maltrato animal o la caza despiadada no encuentran límite. Hay muchas historias: Unelen es una puma a la que le amputaron una pata, cayó en una trampa cepo en un campo de La Pampa; Sacha y Maico fueron encontrados de cachorros en el patio de una casa en Berrotarán, vivían atados en un gallinero; Cristal fue rescatado de la casa de una familia, había sido criado como una mascota hasta que fue insostenible controlar.   


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Eduardo de Lucca es veterinario, lleva más de veinte años investigando la vida de los felinos en las pampas argentinas. Ha publicado numerosos artículos de divulgación, estudios e informes sobre el puma. Sobre este vínculo tan particular entre el puma y las personas, explica: “Cuando es criado, alimentado por el humano, se hace muy dócil el puma, queda una impronta marcada con la persona que lo cuida y a partir de ese momento no hay vuelta atrás, no se puede reintroducir al animal. El hecho de intentar llevar a la naturaleza un puma que ya ha sido criado por humanos puede causar problemas, ya que va a tender a volver hasta donde están los humanos. Son animales que le han perdido el miedo al hombre”. 


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Donde había vizcachas, guanacos y ñandúes, aparecieron cercos con ovejas, terneros y vacas. Donde había monte, pastizales y tierra fértil avanzaron como un aluvión los cultivos de maíz, trigo y soja. La modificación del suelo con los cambios de la industria agrícola y ganadera transformó por completo el ambiente, los ecosistemas y las cadenas tróficas de alimentación de muchos animales. Sin presas silvestres al alcance, la carne tierna del ganado doméstico quedó a merced de los pumas. La imagen del felino quedó relacionada al peligro, considerado una plaga, una amenaza para la producción ganadera que derivó en un conflicto histórico. 

Comenzaba así la persecución, la generación de un estigma que daría paso a la caza furtiva como política de control y un incentivo para el fomento de la caza recreativa. El puma en la mira de ganaderos, estancieros, puesteros de campo y un blanco predilecto para la caza deportiva y comercial. 

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Dos fotos carnet, una copia del DNI, certificado de antecedentes penales, carnet de portación de armas al día y 25 mil pesos son suficientes para tramitar la licencia de caza deportiva en la provincia de Santa Cruz. La temporada 2024 rige desde el 1 de abril hasta el 31 de agosto según la resolución oficial del Consejo Agrario Provincial que habilita cazar hasta el máximo de un puma por semana.

Según la ley de Fauna Silvestre de 1994, la normativa habilita la caza de especies salvajes cada año, con el argumento de reducir los ataques de pumas y zorros a las ovejas y evitar que los guanacos coman las pasturas.

Cazadores extranjeros llegan cada año al país a desenvainar sus armas, las tierras argentinas se han convertido en un destino más que atractivo para el turismo cinegético, los safaris de puntería mueven dólares. “Son muchas las estancias que ofrecen el servicio de caza enlatada con variedad de presas disponibles según la época del año, desde ciervos, búfalos, jabalíes, inclusive los pumas”, explica Kai. Los cotos de caza cuentan con marco legal, aunque también funcionan muchos en la informalidad, lo que fomenta aún más el tráfico de cachorros y la caza no autorizada. 

“Acá en Mendoza la problemática es parecida al resto del país, donde el puma es perseguido en los campos por represalia porque comen el ganado. Lo bueno es que acá en la provincia la cacería del puma está prohibida, pero a su vez es también una de las especies más perseguidas”, dice Eduardo Furlán, director de la Fundación SOS Acción Salvaje, organización mendocina que lleva adelante programas de conservación de especies de fauna autóctona de Argentina. 

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El país es una vidriera al mundo. En la última Convención Anual del Safari Club Internacional (SCI) en Las Vegas, Estados Unidos, nueve compañías argentinas ofrecían los servicios de caza de pumas con el plus adicional de poder trasladar ejemplares como trofeos de caza. El gran felino americano resulta una especie muy codiciada para la exportación de sus partes como trofeo y pieza de exhibición. Argentina es el séptimo país exportador de trofeos de caza en todo el mundo. 

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La rutina serena de la tarde en la reserva Pumakawa se trastoca con el ruido de una motoguadaña: hoy cortan el césped. Los fines de semana largos prometen muchas visitas. Los pumas ensordecidos por el fuerte sonido del motor abandonan la quietud, entran en alerta. Caminan rápido de un lado a otro, deambulan agitados por los rincones de las jaulas. “Una señal clara de estrés”, explica una de sus cuidadoras. Otros buscan un lugar seguro de sus cuevas y agazapados relojean cada movimiento exterior sin perder de vista el origen del ruido. Aturdidos experimentan cierto miedo, permanecen en guardia por si el peligro acecha. A pesar del tedio del cautiverio los instintos responden. 

Cada semana la comida que les sirven a los pumas llega en carretilla, los pumas reconocen el sonido que anticipa el banquete. Ante el chillido lejano de la rueda, su comportamiento cambia en cuestión de segundos, dejan el reparo de sus cuevas y deambulan cerca de las puertas a la espera de la ración, hoy será costillar de caballo. 

El calor los aplaca, en horas fuertes de sol prefieren la quietud. Reposan durante horas echados en alguna sombra. Su pelaje pardo grisáceo se funde con los tonos marrones de la tierra. Cargan un magnetismo único, una belleza inconmensurable que imparte respeto originada en esa particular dualidad, pueden ser unas fieras despiadadas o unos mansos felinos templados de paz y mesura. Estanislao, el puma ciego, muy lejos de la zona de los recintos, juega en el jardín de la casa de Kai Pacha con tres perros, corretean de un lado a otro, saltan y ruedan por el pasto. 

“Los animales no hablan, viven con todos los sentidos. No se aturden, se escuchan. No se mienten ni manipulan, se comunican con un solo mensaje limpio y claro. Los animales programan el futuro construyendo el presente. Sus cuevas y nidos serán su guarida y defensa, o incluso su alimento en invierno. Observan y contemplan. No huelen aromas tabúes, sólo los reconocen permaneciendo en ese olfato que se registra. Los animales reaccionan ante sonidos invasivos, repentinos y sobresalientes; jamás podrían convivir en un bullicio, ya que morirían de estrés y espanto”. Durante todos los años compartidos con los pumas, Kai Pacha también dedicó tiempo para escribir las vivencias, impresiones del contacto diario con la especie. 


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Desde 2019 la Fundación Rewilding Argentina estudia la ecología del puma a través de la captura y monitoreo satelital en el Parque Patagonia, provincia de Santa Cruz. Los collares con GPS les permiten obtener datos sobre los movimientos, conductas, tipo de presas que acechan y evaluar cuál es el impacto del puma sobre la actividad ganadera. “Queremos cambiar un poquito la percepción que tiene la comunidad con respecto al puma y evaluar cual es el impacto con el sector ganadero para encontrar algún punto intermedio de convivencia sana para ambas partes”, comenta Emanuel Galletto, integrante de Rewilding Argentina.

Algunos datos que han recolectado: durante los tres años que duró el primero de los estudios, Puna, una hembra adulta, recorrió más de ocho mil kilómetros, casi la distancia que separa Buenos Aires de Nueva York, con trayectos de más de siete kilómetros por día. Pepito, un macho joven, llegó a cazar en tres años, un total de 140 guanacos, un promedio de un guanaco cada ocho días. Donde caza un puma, otros animales también comen, los restos son carroña para aves, roedores, reptiles, insectos y alimañas. El puma es un engranaje de equilibrio en la naturaleza. “Lo importante del trabajo es demostrar la relevancia de un ecosistema completo, con la pieza primordial como la de un depredador tope y de qué manera te hace funcionar todo el ecosistema y su relación con el resto de la fauna de un lugar”, sostiene Emanuel. 

Llegado el invierno la recorrida de kilómetros por el vasto territorio austral se acorta. Los pumas hacen un movimiento estratégico hacia las zonas bajas donde las presas buscarán reparo de las bajas temperaturas extremas. 

En relación al conflicto con los pumas y la ganadería, Emanuel explica. “En estos casi cuatro años de trabajo nos dimos cuenta que los pumas que están dentro del parque no son el problema. Ahora queremos trabajar con algún ganadero vecino y ver qué pasa dentro de su propiedad ya que la depredación de ovejas existe. La idea es ver el número, en que época lo hacen, si son machos adultos, hembras, juveniles, entender un poquito esa dinámica y por ahi despues encarar ese problema y no decir que todos los pumas son un problema”. 

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El puma habita todo el continente americano, es una de las especies salvajes con mayor distribución territorial, presente desde Canadá hasta el sur de Argentina y Chile. Para los pueblos originarios de América, el puma era un símbolo de fuerza, sabiduría e inteligencia, admiraban el sigilo de la especie, la cautela, la mesura de sus movimientos antes del zarpazo. 

Veneraban su destreza y la enorme capacidad de adaptación a los diferentes climas, regiones y temperaturas. Un animal sagrado, símbolo de la vida en la tierra, presente en toda su simbología. 

Para la cosmovisión andina el mundo que habitamos está dividido en tres planos. El mundo de arriba habitado por los dioses y representado por un cóndor. El mundo de abajo, habitado por los muertos y representado por una serpiente. Y el mundo de la tierra, habitado por los vivos, representado por un puma

Julio César Forcat, docente, filósofo y escritor argentino, sostiene que la matanza indiscriminada del puma representa la destrucción de nuestra propia raíz cultural, un atentado al corazón de los orígenes. “Con cada puma que muere, muere la esencia del espíritu americano, se extingue la naturaleza primordial en el monte, en el cerro, en la cordillera, en la llanura, en el río y en la selva. Así como el león y el elefante representan la fuerza sin límites de la cultura y de la naturaleza de África, el puma representa el poder primigenio de la naturaleza y de la cultura de América. Con cada puma que muere, muere la América indígena, desaparece el símbolo del poder ilimitado de América”, escribió Forcat en su libro ¿Por qué llora el puma? La destrucción de América por los americanos.   


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Agrande su imagen corporal y nunca le dé la espalda. Mire al puma a los ojos. Adopte una postura que refleje seguridad. Levante los brazos, agite alguna prenda o mochila. No se agache ni intente esconderse. Aléjese lentamente, los movimientos bruscos disparan el instinto predatorio del felino. Si encuentra crías, déjelas en el lugar, la madre pudo haber ido a cazar y pronto estará de vuelta. Todo lo que hay que hacer –y no hacer–, si encuentra un puma. 

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El último informe Planeta Vivo de la World Wildlife Fund, elaborado por científicos de todo el planeta, un termómetro del estado de la naturaleza, muestra que entre 1970 y 2018 la abundancia de la vida silvestre disminuyó en promedio un 69 por ciento. América Latina y el Caribe perdieron el 94 por ciento de vida silvestre, el mayor porcentaje de todas las regiones del planeta. 

Para el libro rojo de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) la categoría de conservación del puma a nivel mundial es de preocupación menor. A nivel nacional el indicador coincide, la Sociedad Argentina para el Estudio de los Mamíferos (SAREM) también ubica a la especie como de preocupación menor, aunque recomienda el monitoreo en algunas zonas donde la especie ha desaparecido casi por completo. 

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A diferencia de otros depredadores cerca de la extinción como el yaguareté o el guepardo, el puma es un animal que ha sufrido una baja considerable en su densidad poblacional durante muchas décadas, pero en el presente transita una etapa de recuperación. “Las hipótesis que todo el mundo abona es que hay un cambio a partir del boom de la soja a mediados de la década del 90. Hay un mayor aumento de cultivos con grandes pooles de siembra, lo que produce un despoblamiento rural, un drenaje social del campo hacia las ciudades.

Desaparece en gran medida la familia en el campo, la figura del puestero también desaparece, que eran las personas encargadas de vigilar, perseguir y matar a los predadores. Queda entonces un campo vacío de gente, despoblado. Una agricultura con técnicas modernas que no necesita gente para que trabaje”, explica Eduardo de Lucca.

El nuevo campo industrializado significó una oportunidad de redención para la especie. Un puma adaptado a los cambios en el uso del suelo, al avance de la urbanización y a los diversos fenómenos climáticos. Eduardo explica que a la región central de Argentina llegan pumas de otras zonas del país, huyendo de incendios e inundaciones, en busca de nuevos entornos seguros para escabullirse, poder cazar y resguardar a sus cachorros. “Fui testigo de ese proceso de recolonización de las pampas por parte del puma, que de haber desaparecido en gran parte del siglo veinte llegado al 2019 está presente en casi toda la provincia de Buenos Aires, en alrededor de noventa partidos. Logré mapear la distribución en la zona centro del país y encontré una gran presencia del puma tanto en el sur de Córdoba como en Santa Fe”. 


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Luna menguante en la reserva. Pavos, llamas y gallos deambulan fuera de los corrales, pastan, cagan, picotean los arbustos. Rosaura la burra, descansa echada de panza al suelo mientras los gritos de una puma hembra en celo rompen el silencio de la noche. El reclamo no cesa, el animal gruñe en suplicio por el contacto con alguno de su especie. A un puñado de metros atrás de su jaula, en medio del monte, están enterrados los pumas muertos luego de su paso por el cautiverio. Cruzando la reserva hay un gran cementerio de animales, descansan las almas de los que ya no están. 

:::Tomás Fernández /Fotos: Ana Medero para Revista Citrica:::

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