Mientras el presidente arengaba por la libertad y la patria en el acto de Malvinas y la prensa se dedicó a hablar de la distancia de ambos mandatarios, hay que recalcar que están de acuerdo en un punto: que las fuerzas armadas han sido “demonizadas” o “desmerecidas” (Villarruel). «No tenemos que buscar héroes en las películas extranjeras ni en el fondo de la historia, los héroes de la Patria están enterrados en las Malvinas y en el Atlántico Sur», esta declaración de la vicepresidente de nuestro país dista mucho de cientos de testimonios y documentos desclasificados, que han traído verdad a los hechos, y que retratan a las fuerzas como un experimento de masculinidades torturadas.
Ante una nueva conmemoración del Día de los veteranos y veteranas y caídos en la guerra, hay un punto que pocas veces se focaliza en los análisis: su sello de masculinidad hegemónica a la hora de actuar bajo las órdenes de una Junta Militar que, poco tenía de heroísmo e inteligencia para llevar adelante un conflicto armado.
Los legajos de la inteligencia de la bonaerense y los archivos desclasificados de la SIDE en el año 2015 por el Estado Nacional, no sólo nos ayudan a entender la aceitada relación de la guerra con la decadencia de la dictadura militar, sino que son documentos que muestran de qué estaban hechas las fuerzas armadas y de seguridad al momento del conflicto armado: obediencia, disciplinamiento de los subalternos, tortura y persecución post guerra.
Hace algunos días, Casación Penal aceptó el reclamo del CECIM y de la CPM para que el tribunal supremo decida si los hechos investigados constituyen crímenes de lesa humanidad. Las diferentes causas que se iniciaron en el año 2007, donde han pasado cientos de testigos que dan cuenta que, a lo que han llamado durante años -abusos- fueron metodologías específicas de tortura para acallar la queja sobre las condiciones en las que se encontraban los ex conscriptos y subalternos, y para tapar el sinsentido de una guerra que no fue planificada para ganar, sino para terminar de aterrorizar a toda la población.
Foto: archivo de la SIDE
Archivos y testimonios
Ante un presente donde nos vemos obligados a volver a esgrimir los fundamentos de los procesos históricos y sociales, en el caso Malvinas volver a decir que la guerra se produjo en el marco de la última dictadura militar es vital. Que aún nos encontrábamos bajo la ideología del Proceso de Reorganización Nacional. El objetivo más profundo fue: reorganizar la sociedad en el marco del horror, para extirpar todo tipo de amoralidad. No sólo se debía reorganizar el país bajo el de las FFAA y controlar el territorio, sino que había que aniquilar al enemigo. Y también esa reorganización debía darse en el plano de la moral patriótica y cristiana. Por eso tanta preocupación por los amanerados, afeminados y pederastas antes del comienzo del mundial 78 y la limpieza de las calles porteñas de homosexuales. Por eso tanta preocupación por el aspecto de las personas: cortar el pelo a los hippies, entrar en los hoteles alojamiento y preguntar el estado civil, dejar presas a las travestis durante meses con los edictos (o sin ellos). Había que reorganizar la sociedad bajo los conceptos de la heterosexualidad obligatoria y la masculinidad hegemónica como el mejor y único modelo a seguir.
Los testimonios de excombatientes en el archivo oral de Memoria Abierta nos acercan a la cotidianeidad de quiénes estaban bajo órdenes en las Islas Malvinas.
El Subteniente Eduardo Pérez Alborino decía que era de “marica pedir ayuda médica, estábamos en la guerra porque teníamos que ser hombres, como íbamos a llorar o pedir ayuda médica; era una estupidez”. (Extraído del Trabajo “Un laboratorio de varones para la Nación” de Verónica Perera, Universidad Nacional de Avellaneda/2022/https://doi.org/10.1590/1806-9584-2022v30n381262/)
“Al otro día nos llevan hasta el (Aeropuerto del) Palomar en micros de línea, luego a Río Gallegos en un avión sin asientos para que entráramos más, con armas, municiones, un bolsón marinero. Al otro día a otro avión y salimos a Malvinas. Llegamos de golpe, para ver un despliegue infernal de militares, tanques, camiones. Sin ninguna explicación. Solo buscaban dominarnos por el miedo. ‘Ustedes que estaban jugando, ¡ahora van a ver lo que es la guerra!” (“Un laboratorio…” Verónica Perera).
Estos testimonios se pueden enlazar con algunas de las fojas de la SIDE desclasificadas. Estos legajos de la inteligencia nos muestran que estos mismos tormentos fueron relatados en su momento. Y que no fueron eufemismos escritos, sino acciones bien concretas. En el anexo I denominado “infracciones a resolver por los comandos naturales, mediante el procedimiento que estimen conveniente”, se puede leer la siguiente denuncia: “declara haber recibido, del mencionado suboficial, maltrato (patadas en el pecho)”. Quien denuncia es un cabo y el denunciado es Rodríguez Luis Alberto.
En el anexo II de la misma tanda desclasificada, denominada “Infracciones para cuya investigación debe instruirse información por los comandos naturales”, el caso número 1 declara “que el mencionado oficial le dio mal trato (lo ató de pies y de manos a la espalda colocándolo de cara al suelo, en la arena mojada de la playa desde las 09:00hs hasta 17;00hs”. El siguiente hecho denunciado -en la misma foja- un sargento denuncia “haber recibido del mencionado oficial mal trato (patadas en los testículos) motivo por el cual debe ser operado”.
En el anexo 5 titulado “denuncias de excombatientes”, que la inteligencia extrae del libro “Viaje al infierno” de Vincet Bramley, se puede leer lo siguiente: “como consecuencia de ello (de la publicación del libro) aparecieron excombatientes aprovechando la oportunidad para denunciar “hechos aberrantes y crímenes de guerra””.
Aquí transcribo algunas de esas denuncias:
– Fusilamiento de un soldado (Luego resultó ser un cabo) argentino, al que luego de rendirse lo despojaron de prendas de su uniforme, armamento, correaje y munición y luego le dispararon a la cabeza con una ametralladora 9mm dándolo por muerto. El cabo sobrevivió porque fue atendido por personal de sanidad británica: habiendo perdido un ojo y debiéndosele reconstituir la cara mediante una prótesis de plástico.
– Que al regreso al continente les obligaron a firmar actas secretas “comprometiéndolos para que no revelaran las atrocidades y crímenes de guerra” de los que fueron testigos.
Podría seguir transcribiendo el horror, un horror al que los ex y las excombatientes han tenido que adaptarse durante estos 43 años luego de la derrota en la guerra. Así como hemos escuchado cientos de veces el horror de los ex CCD y Ex (Centros Clandestinos de Detención y Exterminio) hoy nos toca no perpetuar la sordera social y estatal sobre el conflicto armado.
Quien escribe este artículo, es de una generación que se alegró en el año 1994 cuando se derogó el Servicio Militar Obligatorio. Ese “servicio” que duró unos 90 años y que era esperado como el paso obligado para pertenecer luego a la cofradía masculina. Quiénes desde temprana edad supimos que no encajábamos en los cánones del Hombre con mayúsculas, el servicio militar era temido como uno de los horrores en la vida de las maricas. Por eso es fundamental leer el hecho en el marco en el que se produjo. Y leerlos también bajo nuestra idiosincrasia nacional, donde los hitos fundacionales para convertirse en hombres, ha sido y sigue siendo la reproducción de torturas, sean físicas o psicológicas desde temprana edad. Donde el buillyng escolar, el acoso a la masculinidades y femineidades disidentes, se construyen en consonancia con ese ser nacional, patriótico y heterosexual.
La ex DIPPBA (Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires) recolectó material en sus seguimientos territoriales (ambientales) sobre las manifestaciones del 2 de abril. No solamente podemos ver volantes que fueron extraídos de esas movilizaciones, sino también fotografías donde se indicaba a los militantes que participaban sino también a integrantes del CECIM La Plata. El ejercicio de inteligencia en nuestro país siguió siendo partícipe de los acontecimientos post dictadura.
En estos tiempos donde está de moda hablar de la agenda de las masculinidades adolescente o jóvenes, con su adhesión a las ideas que profesa el presidente de la nación, no nos detenemos a pensar en el ejercicio de la masculinidad que hemos heredado. Un ejercicio que no ha cesado, que se ha acomodado y que abre nuevas preguntas. Pero el interrogante es si la fundación de las Fuerzas Armadas no tiene estrecha relación con la constitución del ser Hombre para nuestra sociedad. El machismo, la misoginia y el LGBTIQ Odio son maneras de nombrar apenas la superficie de los conflictos desde la perspectiva sexo genérica.
Hubo una experiencia a cargo del Ministerio de seguridad en el año 2021, donde se llevaron adelante Talleres de sensibilización en masculinidades para los varones integrantes de las fuerzas federales. Estos talleres en principio estaban destinados para aquellos agentes que tenían causas por violencia de género en la justicia o sumarios administrativos por la misma causa, pero luego se abrió para todos los agentes. Fue un trayecto más que incómodo para la institucionalidad, que abría la posibilidad de que sus agentes tomen la palabra, esta vez como arma en pos de democratizar las relaciones hacia adentro.
Acostumbrados a acatar órdenes o de hacerlas cumplir, un espacio que pretendía un diálogo y escucha hacia sus sensibilidades fue inaudito en un contexto post pandemia. Lo menciono porque fui parte de ese proceso como facilitador junto a un psicólogo social, donde tuvimos la oportunidad de ponernos frente a frente con una institución que siempre buscó la consolidación de la fuerza, la dureza y sin emocionalidad en sus ideales a seguir. Escuchamos de todo: sentimientos de ira, de impotencia, el deber ser de la Masculinidad, aún en detrimento de su vida, pero también la de otros. El silencio como respuesta a su dolor y la encerrona de hacerse preguntas nunca hechas, y la posibilidad de tomar otros rumbos por fuera de la fuerza. Una vez que asumió el nuevo ministro de seguridad, Aníbal Fernández, el programa fue cancelado.
En una sociedad que en la actualidad pelea por llegar a cubrir las necesidades básicas, donde los niveles de pobreza suben y donde la Fuerzas Armadas y de seguridad son las que ponen el cuerpo para que el sistema cierre, pareciera que el debate sobre la democratización de las instituciones de seguridad es ilógico. Pero es un debate que la sociedad entera debiera darse, para no continuar produciendo hombres para la tortura.
:::Cristian Prieto para ANRed:::