Politica

Dillom y la huérfana generación del suicidio

A través del nuevo disco de Dillom, Mariposa Trash reflexiona sobre la generación 2000, jóvenes que desconfían de la política y los grandes valores de la democracia. Macrismo, pandemia y albertismo, un cóctel que sólo les transmite “fracaso”. ¿Cómo vivencia esta generación la era Milei?

Hace un mes salió “Por Cesárea”, el segundo álbum de Dillom. Un disco musicalmente heterogéneo que sin cortes difusión ni una campaña mega masiva de marketing, se posicionó durante los siguientes días a su estreno como el noveno lanzamiento más escuchado a nivel mundial y el tercero en la Argentina. Seguro hay mil motivos por los que esto es así, desde el laburo que habrá hecho la productora para posicionar el disco en distribuidoras y medios, hasta el respeto que logró generar Dillom en la audiencia después de sacar “Post Mortem”. Sin embargo, en este artículo vamos a centrarnos en otra hipótesis, más allá de las playlists editoriales de Spotify y las leyes del mercado.

El protagonista del disco de Dillom es un joven y sufrido “psicópata sudamericano”, para el cual la vida es un enigma oscuro que solo se resuelve con drogas o con la muerte, ya sea en forma de suicidio o asesinato. El tema central del álbum es el dolor de este personaje, un dolor que está en sintonía con los malestares asociados a esta época y padecidos principalmente por la generación a la que pertenecemos Dillom y yo.

Jóvenes nacidos en los años cercanos al 2001 que fuimos formados emocional y políticamente por el progresismo durante nuestra adolescencia. Luego vivimos la cuarentena como un parteaguas al que entramos con 19 años y salimos con 22 y ahora entramos en la adultez bajo la era Milei. Somos una generación que desconfía de la política y los grandes valores ya que solo presenciamos proyectos políticos fallidos (el macrismo-albertismo) y éramos muy chicos durante “la década ganada” como para identificarnos con el kirchnerismo. 

Esta orfandad no es solo política, también afecta a nuestros proyectos de vida y a nuestra psique. Si las generaciones pasadas, los millennials treintañeros por ejemplo, no pueden ni aspirar a comprarse una casa y pareciera que su horizonte más deseable consiste en tener un gato, alquilar un monoambiente y hacerse streamers: ¿qué queda para nosotros? Nosotros que tenemos internet desde nuestra infancia y somos todos adictos a la respuesta dopamínica del algoritmo, con un narcisismo elevado por las redes sociales que choca constantemente con esta realidad en la que la mitad de la economía es informal y la mitad del país es pobre. 

No olvidemos que, aunque parezca que ahora todos los jóvenes son libertarios, también supimos ser la generación de “les pibis” adolescentes que en 2018 tomaron escuelas pidiendo por la legalización del aborto. Pero no, por más filtros de Instagram que usemos y seguidores que tengamos, por más que nos hayan dicho que nuestra generación iba a derribar el patriarcado, la realidad es otra, no somos especiales. Somos solo otro pelotón de desempleados ingresando al ejército de reserva de los call centers y franquicias de comida rápida. Nos mintieron, el proyecto de vida de nuestros abuelos (hacer una carrera, casarse, tener hijos, comprar una casa) no era solo problemático o aburrido, a esta altura del apocalíptico y precarizado siglo 21, también se volvió imposible.

Todos estos factores afectan a nuestra salud mental: si tenemos la cabeza viciada por haber nacido con la mente digitalizada, si no podemos proyectar ninguna vida posible, si el presente parece venirse abajo todo el tiempo, ¿cómo vamos a sentirnos bien? Conozco muy poca gente de mi edad que no se sienta cansada, deprimida o ansiosa. Y conozco muchos que ante la falta de explicaciones buscan respuestas auto-diagnosticándose algún trastorno por Tik Tok. 

Para ilustrar este punto les doy un dato concreto de la realidad. Buscando información para escribir esta nota encontré este titular de la OMS: “El suicidio es la segunda causa de muerte de los chicas y chicos argentinos que tienen entre 10 y 19 años.” En el artículo hablan del “alarmante” aumento de los suicidios entre las personas de ese rango etario y sentencian que esta estadística se triplicó durante los últimos años. Bueno, el artículo es de 2019. Esos chicos y chicas crecieron y ahora tienen entre 15 y 24 años. Nos decían que éramos la generación de cristal, pero ese cristal se rompió y dejó ver que en realidad somos la generación del suicidio. 

Es este dolor visceral y camuflado el que siente el personaje de “Por Césarea”, un dolor que es a la vez íntimo y colectivo, se vincula con nuestras traumáticas historias personales y también nos trasciende como individuos. De todas formas, alguien podría decir “bueno, pero esta época de mierda nos afecta a todos, no son solo ustedes los que padecen la crisis” y tendría razón, estamos en una época dolorosa. Pero también es cierto que el disco de Dillom parece hablar más del dolor generacional que del dolor epocal. Esto se ve por cómo habla de ese dolor. 

Las letras de Dillom están cargadas de referencias excesivamente centennials y es por eso que nos interpela a nosotros que solo sabemos hablar en basado o cringe (porque todo lo demás nos parece un poco falso). Esto es algo que ya viene haciendo Dillom desde su primer disco. Las canciones de ambos álbumes están escritas en nuestra lengua shitpostera y zoomer, esa mezcla de memes, videojuegos de nuestra infancia/pubertad, astrología y prácticas new age, animes, términos en inglés asociados a la cultura “woke” estadounidense, redes sociales y manuales de psiquiatría DSM-5. Acá les doy un par de ejemplos “Su short tan apretado que parece body-painting / Me la pone tan gorda que le hacen body-shaming / (Ay, same, boluda, yo también tengo ascendente en sagitario, boluda)”, “Yo tengo conexiones, como redstone / Hay raperos que me quieren en su Death Note“, “De chico no me pagaban la membresía de Club Penguin”, “La vida es una pija y me está re cogiendo”, “Ahora por culpa de esa mierda tengo PTSD / La paranoia no la calma ni el más puro CBD”, (ptsd = estrés postraumático). “Los rivo’ y clona’ son mi reiki y yoga”, etc. En fin, hay un montón, algunas incluso corren riesgo de quedar obsoletas de acá a 10 años, pero ¿quién piensa en eso? En 10 años capaz ni queda gente para escuchar la música que sacamos ahora o quizá los pocos que sigan vivos queden sordos por tener microplásticos en los oídos. 

Es interesante hacer un contrapunto entre el disco de Dillom y el de Catriel con Paco Amoroso “Baño Maria”. Mientras Dillom abandona la estética Miami y hasta le declara la guerra en el programa de Rebord, Catriel y Paco siguen insistiendo con la onda Ricardo ‘s Fort Wannabe que tanto le resultó al trap hace media década y que ahora se siente un poco extraña. Y el disco de Dillom entró al top 3 mientras que el de Catriel y Paco quedó ahí, no fue un fracaso, pero tampoco fue tan relevante

¿Estamos ante un cambio de sujeto en la música mainstream? Puede ser, quizá al sujeto aspiracional, idiota y millonario del trap le siga un sujeto traumado y explosivo. Tendría más sentido en esta época psicótica y precarizada en la que vivimos. Aunque no creo que la emergencia de uno signifique la desaparición del otro es curioso ver algo de esta sintonía en los otros dos discos que estuvieron en el top 3 argentino los días siguientes al lanzamiento de “Por Cesárea”. En primer lugar, estuvo “Departamento de una Poeta Torturada” de Taylor Swift (las cornudas siempre superarán a cualquier otro grupo de consumo) y en segundo lugar “Un Mechón de Pelo”, el disco de Tini que aborda la depresión y los trastornos sufridos por la cantante, un disco que comparte el mismo eje que “Por Cesárea”: la salud mental.

:::Mariposa Trash para revista Citrica /Fotos: Alejandra Morasano:::

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